de un quejido, y bajando los ojos, desde
los serenos de la nina hasta la limosna refrigerante del agua, bebio
ansioso y dejo de quejarse.
Carmen, llena de misericordia, se sento callandito cerca de la cama, y
alli se estuvo con las manos cruzadas sobre el regazo, con una blanda
actitud de meditacion y de tristeza....
El enfermo, de tarde en tarde, abria los ojos para mirarla sin encono y
sin perfidia, como nunca la habia mirado; y desde aquel dia Carmen le
cuidaba dulcemente, y le hablaba algunas breves frases consoladoras. El,
para contestarla, parecia como si hiciese un esfuerzo, tratando de
adulcir la amargura de su voz, y ya nunca volvio a aojarla con expresion
satanica de maleficio. Cuando le acometian las crisis tremendas de
temblores y ayes, Carmen rezaba suavemente, con el bello semblante
compungido, y sobre las palabras impias del enfermo tendian sus
plegarias un callado vuelo de tortola, que parecia purificar aquel
pesado ambiente de dolor y de terror....
Habia caido la nina de Luzmela en una languidez insana y penosa.
Todo su cuerpo apabilado se desmadejaba en tragico abandono. En sus ojos
divinos ya no lucian ensuenos ni ilusiones, ni en sus labios habia
sonrisas gloriosas, ni aleteaba en su pensamiento el ave azul de la
esperanza.
Se habian apagado todas las luminarias que la diosa juventud encendio
triunfante en su corazon enamorado; habian enmudecido para ella todas
las promesas del porvenir y se le habian cerrado todos los horizontes de
sol, todos los caminos de rosas....
De aquel libro pequeno, que le dio condolido el padre cura, tomaba todos
los dias unas palabras y trataba de hacerse con ellas una vida humilde,
llena de evangelica conformidad; pero aquel esfuerzo la dejaba siempre
la boca amarga y el alma tremula, y la voz y los ojos llenos de
lagrimas.
Toda estaba envuelta en una melancolia fatal, en una indiferencia
morbosa que la iba consumiendo.
Su belleza tomaba un aspecto de ocaso prematuro que inspiraba compasion.
Abandonado el esmero de su persona, inerte, con una atonia enfermiza v
dolorosa, parecia una planta afotista sin flores ni galas.
Y en medio de aquella languidez espiritual y de aquella debilidad
fisica, el deseo de ser santa ardia en su corazon con encendimiento
tenaz, atormentandole con la punzada hiriente de una idea fija.
Era aquella la unica luz que, con parpadeo vacilante, brillaba en su
existencia.
V
Paso un mes lento y sordo, a media luz,
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