Las escenas lejanas de la muerte del de Luzmela se le aparecieron en una
confusion tenebrosa, y se quedo "mirandolas" con los ojos abiertos y
parados sobre la vidriera plegada del balcon.
Creyo sentir entonces que una cosa dura golpeaba los cristales con
siniestro aleteo.... ?Si seria la _netigua_?
Se acerco a observar, andando de puntillas con infantil sigilo. No era
la _netigua_.
Sobre las nubes grises ningun ave tendia las alas.
Habia una infinita melancolia de desierto en la mansedumbre apacible del
atardecer.
Se apagaba el dia en una quietud, en una soledad como de tumba sin
flores ni plegarias.
El cielo, bajo, inmovil, deslucido, daba la impresion indecisa de un
alma sin anhelos, de un corazon sin latidos.
Y encima de un cristal, un liston desprendido de la cornisa golpeaba
lento cuando le estremecia, al pasar, una brisa sin rumores que bajaba
de la montana....
Carmen, suspirando, se sento en el borde del lecho al lado de "la
intrusa", y se puso a rezar por el alma del agonizante.
Ya Julio no se quejaba. Habia caido en prolongado estado comatoso, y
rigido, yerto, se acercaba al dia _siempre seguro y sin mudanza_ de la
eternidad.
Moria sin fatiga ni dolor, como en un dulce descanso de aquella
enfermedad misteriosa y horrible que habia sido toda ella un estertor
violento y una fatal agonia. Tenia los ojos entoldados por la nube
fatidica del _no ser_, y la boca seca y dura, abierta en una mueca
desgarrante. El delirio espantoso que padecio en los ultimos dias
impidio que se le administrasen los Sacramentos, salvaguardia de las
sagradas promesas de salvacion. Un sacerdote habia llegado aquella tarde
con los Santos Oleos, y luego de haber ungido al moribundo, se habia
marchado entristecido de no poder decirle cosa alguna a la pobre alma
viajera.
Solo Carmen hablaba con la fugitiva en un coloquio de fervida
compasion. Le decia, sin voz, en secreto de inefable gracia: ?Por que
has dado tantos gritos malos, alma de Julio?... ?Por que has dicho
tantos pecados y tantas palabras feas?... ?Por que te has asomado a
mirarme con odio, y por que me has amenazado y me has perseguido?...
?Por que, di, maltrataste a mi Nino Jesus aquella noche?...
Todavia iba a preguntar ?por que te reiste como un demonio cuando
Fernando me engano?
Pero sin hacer aquella ultima interrogacion se levanto solicita y
atenta, porque habia crujido la hoja del jergon bajo el cuerpo tremulo
del agonizante.
Carmen, poseida
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