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ado la voz amorosa de Fernando, aquella voz que sabia tener para ella acentos subyugadores, irresistibles, se ruborizo de dulcisimo placer. El no podia apartar los ojos de la joven. Parecia que, mirandola, luchaba con una tentacion dominante, y que, debil y antojadizo, se dejaba vencer de la magica tentacion. Hablaron en voz baja, con las miradas confundidas y los corazones agitados. Hacian una pareja encantadora. Mientras tanto, Salvador, acompanando a dona Rebeca, iba gustando una cruel amargura insoportable. Carmen no le parecia la misma. No era su hermanita de Luzmela ni su protegida de Rucanto. Era ya una mujer, era una novia; y lo era a los ojos de todos, a pleno sol, en plena posesion de todas las sensaciones divinas del amor, entregando su alma a otro hombre sin volverse a mirar si el padecia, si el se quedaba solo en el mundo, abandonado del unico objeto de su vida.... Oia el medico, vagamente, el acento lamentoso con que dona Rebeca le iba diciendo: --Pues si, alli se quedo, la pobre, trajinando; vino a "misa primera"...; es muy hacendosa, muy formalita...; ahora hay mucho quehacer en casa; icon Fernando y la ropa nueva de Carmen!... Porque es lo que yo digo: _tu que no puedes...._ Cuando llegaron al anden, donde despues de misa solia pasear el senorio, Salvador se apresuro a despedirse con el pretexto de tener que visitar algunos enfermos. Entonces, reparando el marino en la profunda alteracion de sus facciones, observo: --Tu tambien pareces enfermo.... El medico perdio su aplomo hasta el punto de no saber que contestar, y la despedida resulto fria y penosa. XVI Todo el resto de aquel dia se paso en Rucanto en una tesitura violentisima, pero sin una voz levantada, sin un insulto echado a volar. Aquella calma amenazante parecia el presagio de una borrasca. Dona Rebeca y Narcisa se eclipsaron en sus habitaciones, despues de una comida silenciosa y triste. Julio no se habia levantado de la cama, y Carmen y Fernando todo lo hablaban con los ojos, en mudas contemplaciones, con una ansiedad llena de homenajes. Uno y otro habian dejado casi intactos los platos en la mesa. Como iban siendo breves las tardes, apenas dieron en el huerto unos paseos ya cayo la luz, y el paisaje se hizo impreciso y todo se enmudecio en la vega, a no ser la fresca voz del rio elevada en gregario constante como un inmenso arrullo encalmado. Los dos jovenes entraron entonces en la
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