rado, el marino se volvio de
pronto para decir, jovial y sonriente, con su voz pastosa, suave como
el terciopelo:
--Oye: cuando vuelvas al valle, llevas de mi parte "esto".
Y lanzo al aire dos besos sonoros, en la punta de los dedos, anadiendo:
--Uno, para Rosa la del Molino, y otro, para la nina de Luzmela....
Fulguro el medico sobre Fernando una mirada iracunda, apagada sobre la
radiante sonrisa que ilumino toda la figura donjuanesca y marcial del
marino....
Y los dos, amistosamente, se dijeron adios con la mano por ultima vez.
Salvador paseo unas cuantas calles del gran puerto frances, con aquel
paso automatico y febril con que habia medido en Luzmela las estancias
mudas del palacio.
Parado delante de la Bolsa, se puso a contar las cupulas del edificio
con obstinado empeno: una... dos... tres... cuatro... hasta seis; y se
alejo, repitiendo mentalmente: _seis cupulas..., seis cupulas...._
Siguio caminando a toda prisa, y en la plaza de Gambetta se encaro con
las estatuas de Bernardin de Saint Pierre y de Delavigne, como si les
fuese a echar un discurso. Despues de una larga contemplacion, les
volvio la espalda con sumo desden y se puso a liar un cigarrillo.
En seguida echo a correr a la estacion, sin acordarse de que no habia
comido en muchas horas ni de que sentia en el estomago el agudo malestar
del hambre.
Tomo el tren y rodo por Francia como una masa inerte, con todas las
sensaciones dormidas bajo el deseo unico de tener alas o de suplirlas
con una desenfrenada carrera que le llevase, en un vuelo inaudito, a la
casa temible de Rucanto.
Paso como un relampago por Paris.
El espectaculo, apenas entrevisto, de la gran capital le dio aquella vez
la impresion de una inmensa sonrisa fria y galante; tal vez la sonrisa
de Fernando, diciendole:
--Este beso para la nina de Luzmela....
Atraveso Versalles, la de los jardines de ensueno, cuna de reyes, de
amores y de escandalos.... Salvador no estaba muy enterado de estos
lances de historia cortesana; conocia vagamente un poco de todo ello, y
apenas si aquellas memorias se asomaron un minuto a la niebla de sus
pensamientos. El sabia de cierto unicamente su ciencia de medico y su
amor de hombre..., su amor sobre todo.
Estaba seguro de adorar a Carmen con ciega pasion, y no le importaba
como ni cuando de un carino fraternal y suave habia brotado aquel hondo
y vehemente amor. No hacia tampoco averiguaciones sobre este punto;
?acaso los males del alm
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