nclinada y desnuda en un viejo achacoso. Algunas sillas, companeras
del sofa, se replegaban contra los muros con vergonzosa timidez.
Hundida en su asiento, la nina de Luzmela posaba una mirada atona y
errante sobre la tristeza helada del salon enorme, y oyo vagamente
alzarse en el silencio sepulcral de la casa un tarareo gangoso seguido
de una escala vocal rota y aceda.
Carmen penso: dona Rebeca canta y corre y se rie.... iLo mismo que el
padrino!...
Y cerro los ojos, cansados de mirar realidades y visiones de
tragedia....
Entretanto, Salvador, que esperaba a don Rodrigo a la salida del pueblo,
escuchaba con desesperacion las terminantes explicaciones del caballero,
que, un poco impertinente y sagaz, comentariaba su visita insinuando:
--Acaso usted juzga con animosidad a la senora..., acaso siente usted
por la senorita un interes excesivo....
Y siguio el coche su camino, tras una afable despedida del caballero,
que volvia a encerrarse en su empinado y estrecho valle del Nidal....
En medio de la senda, bajo la luz livida del atardecer, Salvador,
desorientado, inconsolable, murmuraba:
--Padece ella tambien la terrible psicastenia hereditaria...; es
neuropata, con la monomania del martirio...; esta loca..., loca de
remate.... ?Y no la podre salvar?
IV
Subia enero su cuesta invernal, desbordado en inclemencias, con los
vientos desmelenados y las aguas roncas y turbias, borbollantes, fuera
de sus cauces rotos... Subia, espantoso y fiero, con una nube torva en
la frente y las recias abarcas chocleando sobre los lodazales del
camino.
En la casona, enero reinaba exterminador, silbando por las innumeras
rendijas de las ventanas; y en la cocina, enorme y abandonada, entraba
por la bocaza bruna de la chimenea y se complacia en apagar el rescoldo
mezquino del llar, casi cegado por un monton de helada ceniza.
Ya en aquel fogon descascarado no se guisaba en profundas cacerolas ni
se trasteaba en continuo ajetreo. No habia mas que una sirviente inutil
con quien dona Rebeca renia de la manana a la noche; escaseaban las
viandas, y apenas si unas ascuas rusientes daban alli una idea remota de
hogar.
El cuarto de Carmencita era un paramo. Los escasos muebles parecian
perdidos a la sombra de las paredes, en una linea confusa como de
horizonte. Por los cristales agujereados entraba el soplo gelido de los
huracanes, y la colcha rameada de la camita temblaba estremecida por
aquellas rafagas yertas, que ad
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