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e, a usted la cortejaba, como quien dice, y lo mismo hacia con Rosa la del Molino. Carmen movio lentos los labios para decir: --Rosa.... --Si; usted "no caera".... Como usted apenas sale de casa, no conoce a la mocedad de Rucanto.... Pues es una, aparente ella, pinturosa de la rama y de mucho empaque.... Carmen volvio a decir, como en un delirio: --iRosa!... Y a tal punto oyeronse mas lamentables y distintos unos grites agudos en el fondo de la casa. La criada salio corriendo por el pasillo adelante y Carmencita volvio a posar los ojos, errantes y nublados, sobre el Nino Dios de madera. Ya el nino no miraba a la puerta.... ?Adonde miraria?... La muchacha, sumida en la insensatez confusa de sus pensamientos, sintio clavarsele en el cerebro aquella curiosidad inexplicable, que le dolia como una punzada violenta. ?Adonde miraba el Nino Jesus? Con un andar forzoso y mecanico se le acerco lentamente. El nino no miraba a parte alguna. Estaba tuerto, estaba herido, estaba triste y despeinado..., con el traje en desorden.... Despues de contemplarle un rato en atenta inmovilidad, Carmen se agacho un poco para mirar otra vez su cara en el espejo. Tambien ella estaba despeinada y triste, con los labios blancos, las ojeras negras, los ojos huranos, el vestido a medio cenir.... iQue feos estaban el pobre Nino de madera y la pobre nina de carne!... Y se sonrio otra vez como una idiota. Por su puerta entreabierta entro en aquel momento un agrio rumor semejante al graznido del carabo. Todo el cuerpo de Carmencita temblo, y sin dudar ni un segundo, sin volver la cabeza, despierta a la realidad de los sucesos, en una brusca sacudida de su ser, murmuro: --Es Julio, que rie. XVIII Dona Rebeca se rebullia en su cuarto con las crenchas blancas tendidas en enredada madeja, con los brazos secos alzados como las quimas de un arbol marchito que se elevase al cielo pidiendo venganza. Gesticulaba y maldecia y decia refranes a destajo.... Encima de una silla, con la tapa levantada y el seno vacio, se estaba muy echada para atras, y muy burlona, una cajita de hierro, cuyo contenido se habia llevado tranquilamente el joven Fernando, el hijo predilecto y mimado de la senora. Ella misma le habia dado la llave de la caja, diciendole muy acaramelada y blandamente: --No quiero hacerte de menos, hijo; tu eres aqui el amo; para eso eres el mayor, un hombre de carrera, tan cabal y buen mozo....
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