fuga, y,
mirando a su rival a un paso de distancia, le pregunto con insensato
afan:
--?Y Carmen?
Esta pregunta, asi aislada y ansiosa, podia haber sido una revelacion
para Fernando; pero no fue sino un motivo de dulce sonrisa, y contesto
apacible:
--Pues tan buena, y tan bonita.
Como si Salvador hubiera querido preguntarle unicamente: ?que tal
dejaste a la novia?
Aguijoneado por la impaciencia, y sin saber ya lo que decia, anadio el
medico:
--Habra sentido mucho tu partida.
El otro, con infulas de filosofo, puso otra sonrisa benevola sobre estas
palabras:
--?Mucho?... Las ninas de diez y ocho anos nunca "sienten" mucho, por
muy romanticas que sean....
--?Es ella romantica?
--Todas las buenas lo son.
Salvador, asombrado, dijo:
--Si, ?eh?
--Pues claro, hombre; la bondad de las mujeres es puro romanticismo. Yo
conozco mucho el genero; las mujeres son mi flaco...: lo tengo en la
masa de la sangre, chico; ya ves, mi padre..., mis abuelos..., mi
tio....
Salvador callaba mirando a Fernando de hito en hito con ardiente
ansiedad.
El marino, con los ojos vagamente perdidos en el misterio del mar,
siguio contando:
--Pues si: es romantica y tentadora la nina de Luzmela...; te confieso
que hasta se me paso por la cabeza casarme con ella, y hasta se lo
propuse en una divina hora de debilidad amorosa.... Tuve su alma en mis
manos, una almita dulce y santa, llena de atractivos...; fui romantico
yo tambien, adorando a aquel angel que vive en mi casa por un crimen de
lesa humanidad. La misericordia y la simpatia me fueron metiendo a
Carmen en el corazon; luego ella, con una adorable ingenuidad, hizo el
resto, y llegue a sentirme apasionado por mi prima..., porque es mi
prima, se lo he conocido en lo ardiente de la mirada, ?sabes?
Salvador dijo que si con la cabeza.
Y Fernando interrumpio su relato para interrogar:
--?No estariamos mejor en el salon de fumar? Aqui hace mucho frio.
--Vamos donde quieras.
Se cogio el marino del brazo del medico, y se hundieron ambos en la
breve puertecilla de la camara.
Dentro del fumador se sentia mas intenso trepidante el resuello del
buque y quedaba confusa y apagada la voz grave del mar.
Sentados en las blandas almohadillas de un divan, los dos amigos
encendieron sus cigarros en silencio, y luego el marino, sin petulancia,
con una sinceridad admirable, reanudo su relato:
--Pues Carmencita me queria, chico; ivaya una tentacion! Pero yo no soy
m
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