fondo gimiente de las olas y culebreaba entre la madeja
de los mastiles, hasta extinguirse como un suspiro en la sombra infinita
de la noche....
No sabia de cierto Salvador si era aquella la voz querellosa y timida de
su amada, o un halito de misteriosa tragedia que iba a perderse a un
desierto playal en las alas negras del viento....
Escuchaba y temblaba, y tenia llenos de lagrimas los ojos
interrogadores, donde fulgia una varonil expresion enamorada y
ferviente....
TERCERA PARTE
I
Carmencita tendia desolada sus manos en las tinieblas, a tientas en su
senda, otra vez nublada por densa nube. Asi andando, despavorida entre
la sombra, llego a la parroquia de la aldea, y se arrodillo delante de
un confesonario.
Dijo sus dolores al padre cura, y el buen senor, compadecido, le dio
unos consejos llenos de santa intencion, y le dio, tambien, un librito
de letra diminuta, escrito por un tal Kempis.
Al darsele, dijole el sacerdote con sentenciosa conviccion:
--Le abriras "a bulto" y leeras todos los dias los renglones que la
Providencia te ponga delante de los ojos...: esa es la fija...; asi Dios
te adivinara las necesidades diarias de tu vida y te dara paz y
consuelo.
Obedecio sumisa la muchacha, y de hinojos, abatida y suspirante, leyo el
primer dia:
"Muchas veces por falta de espiritu se queja el cuerpo miserable. Ruega,
pues, con humildad al Senor que te de espiritu de contricion y di con el
profeta:
"_Dame, Senor, a comer el pan de mis lagrimas, y a beber con abundancia
el agua de mis lloros...._"
Aquella tarde fue Rita a Rucanto, impaciente por ver a su nina y saber
si era cierto que estaba tan contenta como el medico habia dicho.
Encontro abierta la casa, y a su llamada nadie respondia.
Fue subiendo la escalera lentamente y se deslizo un poco azorada por los
pasillos.
Un silencio temeroso le salio al paso, y ya iba a retroceder asustada,
cuando oyo unos quejidos lastimeros detras de una puertecilla.
Eran ayes y juramentos de una voz estridente y amarga.
Empujo Rita la puerta con recelo, cautelosamente, y vio en un cuarto
hondo y destartalado una cama estremecida por un cuerpo tremuloso.
Sobre la almohada, de limpieza equivoca, se balanceaba una cabeza parda
y amarilleaba un rostro en el cual refulgian las llamas diabolicas de
unos ojos.... Aquel enfermo era el que gemia con acento maldiciente y
desatinado.
Iba Rita a entornar la puerta, llena de pavor, cuando vio a lo
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