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i padre, ni quien yo sea!... Y de pronto se le ilumino la cara con un fugaz resplandor de alegria, mientras aun su corazoncito soliloquio: --iAh, pero tengo un hermano!... Tengo a Salvador; lo habia casi olvidado.... Di, Salvador, ?eres tu hermano mio?... Yo quiero que lo seas..., yo quiero irme contigo, Salvador.... Y se quedo escuchando, como si su amigo fuese a responder, como si fuese a llegar en aquel momento. Pensaba en el la nina con una dulce seguranza, con un suave y cordial afecto. Salvador era para ella el recuerdo vivo de su felicidad huida, la personificacion de sus bellos anos infantiles. Le veia inclinado con afanoso interes sobre el padrino doliente; le veia alegrando siempre la sala silenciosa del palacio con el repique sonoro de sus espuelas y la jovial resonancia de su risa saludable...; le veia amable y servicial con los pobres del contorno, con los criados de la casa; siempre amoroso y complaciente con ella, la hija del misterio, convertida entonces en reina de un hogar. Carmencita se exaltaba en la memoracion de aquellas horas apacibles de su vida, de las cuales solo le quedaba aquel testigo: Salvador. La barba rubia del medico le recordaba a la nina la de los santos que veia en los altares: era una barba riza y suave que estaba pidiendo un nimbo celestial para la cabeza serena y dulce de aquel hombre todo bondad. Y Carmen, desde la imagen benigna de Salvador lanzaba su pensamiento vertiginosamente a la imagen seductora y perfida de Fernando, y se estremecia con temblamientos angustiosos. Fernando le parecia un sueno delicioso y doloroso que le mordia el corazon. Abria los ojos despavoridos encima de aquella memoria incitante, y no sabia que cosa le atraia mas a la vision tentadora, si era el gozo de amarla o el quebranto de perderla. Y cuando lograba sacudir de encima aquella imagen, con un poderoso arranque de su alma y de su cuerpo, volvia a llamar a Salvador en su auxilio; pero, sin acordarse nunca de que el era un hombre propenso al amor, con unos ojos sinceros y acariciadores que la miraban, como interrogandola, como averiguando.... No; ella solo pensaba.... ?Salvador, eres tu hermano mio?... XX En vano Carmencita hubiera hecho a gritos aquella pregunta desde la tronera de la casona. Salvador no hubiera cruzado el camino al alcance de su voz apesarada. Salvador estaba muy lejos de la paz gimiente del valle y del cantar ronco del _Salia_. Despues de aque
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