einaban en la
casa, se atrevio a bajar del sobrado la abandonada imagen del Nino
Jesus. La puso encima de una rinconera adherida al muro espeso del
dormitorio, y se complacio en su compania y en su devocion con misticos
arrobos.
Pareciole que el vestidito de la imagen estaba un poco sucio y se lo
lavo, para volverselo a poner muy bien alisado y pomposo.
Buscaba todos los dias algunas flores que ofrecerle y cada noche, antes
de acostarse, le besaba con fervor en las divinas lagrimas.
Una manana de aquellas estaba peinando la acrespada peluca del Nino con
su mano alba y tersa, cuando sintio una inquietud medrosa que le hizo
volver la cara.
Por la puerta entornada, los ojos felinos de Julio la perseguian,
apostados en la oscuridad como una maldicion.
XI
Fernando se complacia en manifestar a Carmen una simpatia franca, llena
de atenciones.
Cuidabase poco de su madre y de su hermana, sin preocuparse de merecer
su beneplacito.
Desde la primera mirada, vio como ellas aborrecian a la nina de Luzmela,
y, sin protestar de esta monstruosidad, el se puso a quererla, porque le
parecio digna de carino.
Dona Rebeca tragaba saliva, renegaba de todo lo criado, a media voz, y,
quedito, en los pasillos y en los rincones, le decia a Carmen injurias y
refranes con perversa impunidad.
Una calma aparente reinaba en la casona, porque Narcisa, sabiendo que
le era imposible contrarrestar la influencia que Fernando ejercia en su
madre, se contentaba con zaherirlos a los dos a cierta distancia del
marino, apagando la voz y mordiendo las desesperaciones de su envidia.
El fracaso de sus tentativas conquistadoras cerca de Salvador la tenia
frenetica.
Habia creido que, por miedo o por conveniencia, Carmen iba a cumplir a
satisfaccion la extrana embajada; que no era lerda la nina ni le faltaba
ingenio para enredar una madeja de amores. Pero no habia querido, no,
ila picara, la taimada!...
Uno de aquellos dias en que tuvo ocasion de echarle a la muchacha en
cara lo que ella llamaba su "ingratitud", tantos cargos terribles la
hizo y de tales apariencias de indignacion adorno su resentimiento, que
la nina llego a creer en la posibilidad de su culpa.
Mostrose muy apurada entonces, y Narcisa, abusando de aquella turbacion
inocente, derrocho sobre la muchacha las recriminaciones y acudio
despues a las amenazas.
Carmen, llena de temor, trato de calmarla, insinuando alguna promesa.
--El me dijo--balbucio--que no pe
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