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Si sufres, si necesitas algo, me lo diras en seguida; prometemelo. Ella le miro fijamente a los ojos y preguntole: --?Lo mando mi padrino? --Si, lo mando; te lo juro, Carmen. --A mi no me dijo nada. --Pero me lo dijo a mi todo; tu eras muy pequena para hablarte de estas cosas; ademas temia darte demasiada afliccion. El quiso que tu fueras muy dichosa, todo lo mas que sea posible, y que nunca le olvidases. --No, nunca--repitio la nina sollozando. Y, con voz firme, anadio despues: --Yo hare todo cuanto el dejo mandado...; sere muy buena. --Ya lo se; estoy seguro; pero es preciso que tambien seas feliz.... No olvides que yo soy tu mejor amigo, que Luzmela sera siempre tu casa..., que todo cuanto yo tengo es tuyo, todo, ?entiendes? Ella, desconsolada, murmuro: --iSi fueses mi hermano! Enmudecido acaricio el aquella linda cabeza, ya inclinada por el infortunio, y la nina, viendole callado y afligido, saboreo la amargura del desengano irremediable. V En aquellos cuatro anos transcurridos, Salvador visitaba a Carmen muchas veces. La dulce gravedad habitual en la nina le habia enganado, porque aquella dulzura triste ya no era solo espejo de un alma sensible y sonadora, sino que era tambien senuelo y transfloracion de un alma dolorida. La nina habia espigado mucho; su belleza, ya potente, se acentuaba con una encantadora delicadeza de lineas. Lo mas atractivo de su persona era el halo de bondad que nimbaba su frente y la serena expresion amorosa y profunda de sus ojos garzos. Habia en su sonrisa una mistica expresion, siempre encesa, como en ideal culto de algun divino pensamiento. Aquel sublime encanto de la joven era la desesperacion de Narcisa y de su madre, que llegaron a odiarla. Salvador participaba en la casona de la aversion que alli sentian por la nina de Luzmela; no en vano era otro heredero de don Manuel de la Torre. Segun dona Rebeca y su hija, los jovenes favorecidos por el hidalgo podian considerarse unos ladrones, los secuestradores de la debil voluntad de un loco, cuyo testamento constituia un "atentado contra los sagrados derechos de la familia, una estafa perpetrada por aquel santurron hipocrita y aquella gatita mansa...." A pesar de estos finos comentarios, hechos sin recato ni vergueenza delante de la misma Carmen, las de Rucanto recibian a Salvador con agasajo y blandura, considerandole "un buen partido". Delante de el halagaba dona Rebeca a la nina
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