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y la gran fatiga moral de aquella noche le habian rendido hasta el punto de que no podia tenerse. Subio con los demas, sin fuerzas para emprender a aquella hora el viaje a casa de su tio. La comitiva, guiada por el poeta clasico, se interno en la escalera. No hay viaje al polo Norte que ofrezca mas peligros que una escalera angosta de casa madrilena cuando la obscuridad mas completa reina en ella. Comenzais dando tumbos aqui y alli; de repente tropezais con la pared: chocais con una puerta, y el ruido alarma a la vecindad. Dais con el sombrero en un candil que, aunque extinguido por falta de aceite, tiene lo bastante para poneros como nuevos. Y todo esto es llevadero cuando no se encuentra al truhan que baja o al galan que sube, cuando no sentis el retintin de la ganzua que intenta abrir una puerta, cuando no resbalais en las substancias depositadas por los gatos sobre los escalones, cuando no tropezais con la amorosa conjuncion de dos estrellas que pelan la pava en el ultimo tramo. Por fin la expedicion llego a las regiones boreales de la casa, a la elevada zona en que el poeta habia hecho su nido. Tocaron, y abierta la puerta, nuestros amigos se encontraron frente a frente de una mujer que, con sonolientos ojos y rostro avinagrado, alzaba la mano sosteniendo un candil, proximo a imitar la sabia conducta de los de la escalera. Este candil comunico su luz a otro mejor acondicionado que habia en el cuarto donde entraron los cuatro jovenes. La dama echo el cerrojo a la puerta de la escalera, y dando las buenas noches con entonacion de un responso, se fue. No habia andado cuatro pasos cuando volvio, y arrebujandose bien en su manto, con honestos y recatados ademanes, dijo: --Por Dios, don Ramon, no hagan ustedes ruido, que esta alborotada la vecindad con la algarabia que se arma aqui todas las noches. Porque, ya ve usted ... Una es comidilla de las gentes de abajo. La encajera ha ido diciendo que esto era una taberna, y que no se podia vivir en esta casa. Ya ven ustedes ... como una es mujer de opinion.... La senora que tan celosa se mostraba de la opinion de su casa era dona Leoncia Iturriabeytia, vizcaina, como es facil conocer por su apellido; patrona de aquel establecimiento, mujer de bien, como de cuarenta anos mal contados, de buen aspecto, robustas formas, alta estatura cara redonda y caracter bonachon y mas que sencillo. --Senora, dejenos usted en paz--le contesto Javier.--Si viniera don Gil con nosotros,
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