ministro de Fomento. Por eso
llevaba la cabeza tan erguida que casi daba con el cerebelo en las
espaldas, y sus ojos medio cerrados despedian por entre las negras y
largas pestanas relampagos de suficiencia y proteccion a los presentes.
Hasta los veintidos anos habia tenido la cabeza en su postura natural;
pero desde esta epoca, en que le nombraron vicepresidente de la seccion
de derecho civil y canonico en la Academia de Jurisprudencia, habia
comenzado a levantarla lenta y majestuosamente como la luna sobre el mar
en el escenario del teatro Real, esto es, a cortos e imperceptibles
tironcitos de cordel. Le hicieron diputado provincial; un tironcito.
Luego diputado a Cortes; otro tironcito. Despues gobernador de
provincia; otro tironcito. Mas tarde director general de un
departamento; otro. Presidente de la Comision de presupuestos; otro.
Ministro; otro. La cuerda estaba agotada. Aunque le hicieran principe
heredero, Jimenez Arbos ya no podia levantar un milimetro mas su gran
cabeza.
Su entrada produjo movimiento, pero no tanto como la del duque de
Requena. Este, cuyo rostro carnoso, sensual, no podia ocultar el
desprecio que aquella asamblea le inspiraba, corrio a el sin embargo, y
le saludo con rendimiento y servilismo sorprendentes, teniendo en cuenta
la rusticidad y groseria con que generalmente se comportaba en el trato
social. El ministro comenzo a repartir apretones de manos de un modo tan
distraido que ofendia. Unicamente cuando saludo a Pepa Frias dio
senales de animacion. Esta le pregunto en voz baja tuteandole:
--?Como vienes de frac?
--Voy a comer a la embajada francesa.
--?Vas luego a casa?
--Si.
Este dialogo rapidisimo en voz imperceptible fue observado por el duque,
quien acercandose a Pinedo le pregunto con reserva y haciendo una sena
expresiva:
--Diga usted, ?Arbos y Pepa Frias?...
--Hace ya lo menos dos meses.
La mirada que el banquero le echo entonces a la viuda no fue de la
calidad de las anteriores. Era ahora mas atenta, mas respetuosa y
profunda, quedandose despues un poco pensativo. Calderon se habia
acercado al ministro y le hablaba con acatamiento. Salabert hizo lo
mismo. Pero el personaje no tenia ganas de hablar de negocios o por
ventura le inspiraba miedo el celebre negociante. La prensa hacia
reticencias malevolas sobre los negocios de este con el Gobierno. Por
eso, a los pocos momentos, se fue en pos de Pepa Frias y se pusieron a
cuchichear en un angulo de la estancia.
|