acer una necesidad organica. Esperancita deja
apresuradamente a su amiga y a Ramirez y se pone a ayudar con solicitud
a su madre en la tarea de servir el te a los tertulios. Ramoncito
aprovecha el instante en que la nina le presenta una taza, para decirla
en voz baja y alterada "que le sorprende mucho que se complazca en
escuchar las patochadas y frases atrevidas de Cobo Ramirez". Esperanza
le mira confusa, y al fin dice "que ella no ha oido semejantes
patochadas, que Cobo es un chico muy amable y gracioso". Ramoncito
protesta con voz debil y lugubre entonacion contra tal especie y
persiste en desacreditar a su amigo, hasta que este, oliendo el
torrezno, se acerca a ellos bromeando segun costumbre. Con lo cual, a
nuestro distinguido concejal se le encapota aun mas el rostro y se va
retirando poco a poco: no sea que al insolente de Cobo se le ocurra
cualquier sandez para hacer reir a su costa.
Llego el momento de hablar de literatura, como acontece siempre en
todas las tertulias nocturnas o vespertinas de la capital. El general
Patino hablo de una obra teatral recien estrenada con felicisimo exito y
le puso sus peros, basados principalmente en algunas escenas subidas de
color. Mariana manifesto que de ningun modo iria a verla entonces. Todos
convinieron en anatematizar la inmoralidad de que hoy hacen gala los
autores. Se dijeron pestes del naturalismo. Cobo Ramirez, que habia
tomado te y luego unos emparedados y se habia comido una cantidad
fabulosa de ensaimadas y bizcochos, expuso a la tertulia que
recientemente habia leido una novela titulada _Le journal d'une dame_
(en frances y todo), preciosa, bonitisima, la mas espiritual que el
hubiera leido nunca. Porque Cobo, en literatura--icaso raro!--, estaba
por lo espiritual, lo delicado. No le vinieran a el con esas nove-lotas
pesadas donde le cuentan a uno las veces que un albanil se despereza al
levantarse de la cama (o los bizcochos y ensaimadas que se come un chico
de buena sociedad), ni le hablaran de partos y otras porquerias
semejantes. En las novelas deben ponerse cosas agradables, puesto que se
escriben para agradar. Esto decia con notable firmeza, resollando al
hablar como un caballo de carrera. Los demas asentian.
La entrada de un caballero ni alto ni bajo, ni delgado ni gordo, alzado
de hombros y cogido de cintura, la color baja, la barba negra y tan
espesa y recortada que parecia postiza, corto rapidamente la platica
literaria. Nada menos que era el senor
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