osotros, exijo que su
parte se saque por igual de lo que nos corresponde a usted y a mi. Me
parece una persona excelente y quiero ayudarle. Ademas, su esposa me
da lastima.
Le estrecho la mano Robledo, agradeciendo su generosa resolucion, y ya
no hablaron mas de este asunto.
Desde la manana siguiente, Elena, que tenia cierta facilidad para
adaptarse a las diversas situaciones de su existencia, se mostro
laboriosa y emprendedora. Quiso conquistar la admiracion de aquellos
hombres por sus talentos domesticos, lo mismo que semanas antes
pretendia distinguirse en los salones por otros meritos menos
humildes. Vistiendo un traje de corte sastre que ella habia desechado
en Paris y asombraba aqui a todos por su elegancia, se dedico con los
guantes puestos a la limpieza y arreglo de la casa, marchando al
frente de la mestiza gorda y sus dos acolitos.
Cuando intentaba predicarles con el ejemplo, se hacia visible
inmediatamente su torpeza para esta clase de trabajos. Otras veces
quedaba vacilante, no sabiendo como se hacia lo que acababa de
ordenar, y era indispensable una intervencion de la mestiza para
sacarla del apuro.
En la cocina, una gran lampara, alimentada con la misma esencia de los
motores que perforaban el suelo, servia para los guisos. Elena,
animada por la facilidad con que podia apagarse y encenderse este
fogon, quiso intervenir en los preparativos culinarios. Pero hubo de
resignarse igualmente a reconocer la superioridad de la domestica
cobriza, riendo al fin de su ineptitud para los trabajos domesticos.
Queriendo hacer algo, se quito los guantes e intento lavar los platos;
pero inmediatamente volvio a ponerselos temiendo que el agua fria
perjudicase la finura de sus dedos y el brillo de sus unas.
Precisamente, en los momentos de desesperacion por su nueva
existencia, lo unico que le proporcionaba cierto alivio era contemplar
melancolicamente sus manos.
Torrebianca, vistiendo un traje de campo, fue con Watson y Robledo a
visitar los canales, enterandose del curso de los trabajos, hablando
familiarmente con los peones, examinando el funcionamiento de las
maquinas perforadoras.
Poco despues estaba sucio de polvo de la cabeza a los zapatos, y sus
manos sintieron una comezon dolorosa al empezar a curtirse; pero
conocio al mismo tiempo la alegre confianza del que cuenta con un
medio seguro de ganar su vida.
Cerrada ya la noche, volvian diariamente los tres ingenieros a su
vivienda, donde encontraban
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