, y el fin ha de ser bueno ... iDios mio, amparame! Resumire ...
recapitulare ... pero ya no me acuerdo de lo que he dicho ... ?Pedire
perdon al auditorio?... No: eso es rebajarme...." Al fin le ocurrio la
oracion final, y la empezo; pero al llegar al final, otra oracion se
enlazo con ella, y con esta otra, y otra, y otra. Su discurso era una
oscilacion sin termino; pero el publico se impacientaba. Ni un minuto
mas: se apodero del ultimo periodo, resucito a que fuera el ultimo.
Pronuncio al fin el postrer substantivo; y despues, alzando la voz,
emitio con graduacion los tres adjetivos que le acompanaban para darle
fuerza y callo.
La postrera palabra de aquel malhadado discurso vibro en el espacio,
sola, seca, triste, con funebre resonancia. Ni un aplauso ni una
exclamacion satisfactoria la recogio. Su voz habia caido en el abismo
sin producir un eco. Pareciale que no habia hablado, que su discurso
habia sido una de aquellas mudas, aunque elocuentes, manifestaciones
internas de su genio oratorio. Estaba en un desierto; rodeabale una
noche. ?Que habia dicho? Nada. Y habia hablado mucho. Aquello fue como
si diera golpes en el vacio, como si hiriera en una sombra creyendola
cuerpo humano, como si hubiera encendido un sol en un mundo de ciegos.
Bajo con el alma atribulada, oprimido el corazon, ardiente y turbada la
cabeza, banado el rostro en sudor frio.
En vano Javier quiso rehabilitarle dando algunas palmadas tardias. El
publico, animal implacable, le mando callar. Lazaro tuvo la presencia de
espiritu suficiente para contemplar cara a cara aquellas cien bocas que
bostezaban. Robespierre se desesperaba en el mostrador con suprema
expresion de fastidio.
--Lo he hecho muy mal--dijo tristemente el orador al oido de su amigo.
--Ya lo haras mejor otro dia. Eres un gran hombre; pero no has tocado en
el _quid_. Con una leccion mia estaras al corriente. Otro va a hablar:
atiende ahora.
--No: yo me voy a casa de mi tio. No puedo estar aqui mas tiempo. Me
ahogo.
--Espera a ver lo que este va a decir.
Un segundo orador subio a la tribuna a disipar el fastidio que la
peroracion de Lazaro habia causado. Mientras la multitud celebraba con
aplausos maquinales las frases de su orador favorito, el otro se iba
sumergiendo lentamente en profunda melancolia. Nada es mas terrible que
estos momentos de desencanto en que el alma yace atormentada por los
dolores de la caida: el tormento de esta situacion consiste en cierta
ridicule
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