ordinario. iDespues de haber dado la vuelta
al mundo y respirado el ambiente voluptuoso de las islas del Pacifico;
despues de haber luchado con los huracanes del Atlantico, con los
tifones del mar de la China y los bancos de hielo del Cabo de Buena
Esperanza, encontrarse con una mujer joven, bonita, marquesa, que le
dice a uno que le quiere!
iSentirse uno al mismo tiempo viejo por las cosas vistas y nino por el
corazon! Era una situacion extraordinaria. No habia leido todavia
ninguna novela de Balzac, de esas en que figuran unicamente duquesas y
jovenes ambiciosos; de haberla leido, me hubiera encontrado a mi mismo
doblemente interesante. La seguridad en mi mismo me hizo ser temerario.
Recuerdo como fui varias veces al palco de Dolorcitas en el teatro.
Dolores parecia una princesa; yo llevaba mi frac azul entallado, de
botones dorados, pantalon _collant_ de color gris, polainas y corbata
negra, de varias vueltas.
La gente me senalaba disimuladamente con el dedo. Si alguien me hubiera
dicho que no era el rey, el czar, el emperador, el nino mimado de la
suerte, le hubiera mirado con olimpico desprecio.
En el teatro habia opera, y mas de una vez de pie, en el palco junto a
ella, se me arrasaron los ojos de lagrimas oyendo al tenor en _Lucia_,
aquello de: _Tu che a Dio spiegasti l'ale_.
Petulancia, sentimentalismo, vanidad, tristeza, todo esto se fundia en
mi alma, haciendome creer unas veces que era un heroe y otras un
desdichado.
Mis penas procedian de Dolores. Yo hubiera querido identificarme con
ella, saber sus pensamientos mas intimos, penetrar en su alma. Sueno
irrealizable. Siempre habia en ella una reserva, un temor de dejar su
espiritu al descubierto.
--?Que mas quieres de mi?--me dijo algunas veces. Y esta sola pregunta,
expresada con acritud, basto para hacerme desgraciado.
iQue estupidez, pensaba en estos momentos tristes, el considerar a la
mujer como una criatura ideal! iQue error mirar la riqueza y el fausto
como felicidad!
Se acercaba el momento de que la _Bella Vizcaina_ tenia que partir. Yo
fui a la fragata a dirigir la maniobra y a ponerla en franquia, fuera de
todos los barcos de la bahia de Cadiz. De alli volvi en el bote. Me
encontraba en la mayor incertidumbre.
Un acontecimiento, a pesar de su logica no esperado por mi, acabo, no
precisamente de una manera agradable, mis vacilaciones. Una manana se
presentaron en mi hotel dos caballeros, de parte del marques de Vernay.
Venian a
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