uerta, escogia un puesto en un rincon de las naves,
donde unos cuantos vecinos del barrio esperaban tranquilamente que
comenzara la Misa del Gallo.
--Ya lo veis, decia la superiora, vuestro temor es sobremanera pueril;
nadie hay en el templo; toda Sevilla acude en tropel a la catedral
esta noche, Tocad vos el organo y tocadle sin desconfianza de ninguna
clase; estaremos en comunidad... pero... proseguis callando sin que
cesen vuestros suspiros. ?Que os pasa? ?Que teneis?
--Tengo... miedo, exclamo la joven con un acento profundamente
conmovido.
--iMiedo! ?de que?
--No se... de una cosa sobrenatural.... Anoche, mirad, yo os habia
oido decir que teniais empeno en que tocase el organo en la Misa, y
ufana con esta distincion pense arreglar sus registros y templarle,[1]
a fin de que hoy os sorprendiese... Vine al coro... sola... abri la
puerta que conduce a la tribuna.... En el reloj de la catedral sonaba
en aquel momento una hora... no se cual.... Pero las campanadas eran
tristisimas y muchas... muchas... estuvieron sonando todo el tiempo
que yo permaneci como clavada en el dintel y aquel tiempo me parecio
un siglo.
[Footnote 1: templarle. See p. 66, note 1.]
La iglesia estaba desierta y obscura.... Alla lejos, en el fondo,
brillaba como una estrella perdida en el cielo de la noche, una luz
moribunda, la luz de la lampara que arde en el altar mayor.... A sus
reflejos debilisimos, que solo contribuian a hacer mas visible todo el
profundo horror de las sombras, vi... le vi, madre, no lo dudeis, vi
un hombre que en silencio y vuelto de espaldas hacia el sitio en que
yo estaba, recorria con una mano las teclas del organo, mientras
tocaba con la otra a sus registros... y el organo sonaba; pero sonaba
de una manera indescriptible. Cada una de sus notas parecia un sollozo
ahogado dentro del tubo de metal, que vibraba con el aire comprimido
en su hueco, y reproducia el tono sordo, casi imperceptible, pero
justo.
Y el reloj, de la catedral continuaba dando la hora, y el hombre aquel
proseguia recorriendo las teclas. Yo oia hasta su respiracion.
El horror habia helado la sangre de mis venas; sentia en mi cuerpo
como un frio glacial, y en mis sienes fuego.... Entonces quise gritar,
pero no pude. El hombre aquel habia vuelto la cara y me habia
mirado... digo mal, no me habia mirado, porque era ciego.... iEra mi
padre!
--iBah! hermana, desechad esas fantasias con que el enemigo malo[1]
procura turbar las imaginaci
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