us creaciones favoritas, nada tiene en
si de sobrenatural y extrano. ?Que cosa mas corriente en unos bandidos
que las ferocidades con que estos se distinguian, ni mas natural que
el apoderarse su jefe de las abandonadas armas del senor del Segre?
Sin embargo, algunas revelaciones hechas antes de morir por uno de sus
secuaces, prisionero en las ultimas refriegas, acabaron de colmar la
medida, preocupando el animo de los mas incredulos. Poco mas o menos,
el contenido de su confesion fue este:--Yo, dijo, pertenezco a una
noble familia. Los extravios de mi juventud, mis locas prodigalidades
y mis crimenes por ultimo atrajeron sobre mi cabeza la colera de mis
deudos y la maldicion de mi padre, que me desheredo al expirar.
Hallandome solo y sin recursos de ninguna especie, el diablo sin duda
debio sugerirme la idea de reunir algunos jovenes que se encontraban
en una situacion identica a la mia, los cuales, seducidos con las
promesas de un porvenir de disipacion, libertad, y abundancia, no
vacilaron un instante en suscribir a mis designios.
Estos se reducian a formar una banda de jovenes de buen humor,
despreocupados y poco temerosos del peligro, que desde alli en
adelante vivirian alegremente del producto de su valor y a costa del
pais, hasta tanto que Dios se sirviera disponer de cada uno de ellos
conforme a su voluntad, segun hoy a mi me sucede.
Con este objeto senalamos esta comarca para teatro de nuestras
expediciones futuras, y escogimos como punto el mas a proposito para
nuestras reuniones el abandonado castillo del Segre, lugar seguro, no
tanto por su posicion fuerte y ventajosa, como por hallarse defendido
contra el vulgo por las supersticiones y el miedo.
Congregados una noche bajo sus ruinosas arcadas, alrededor de una
hoguera que iluminaba con su rojizo resplandor las desiertas galerias,
trabose una acalorada disputa sobre cual de nosotros habia de ser
elegido jefe.
Cada uno alego sus meritos; yo expuse mis derechos: ya los unos
murmuraban entre si con ojeadas amenazadoras; ya los otros con voces
descompuestas por la embriaguez habian puesto la mano sobre el pomo de
sus punales para dirimir la cuestion, cuando de repente oimos un
extrano crujir de armas, acompanado de pisadas huecas y sonantes, que
de cada vez se hacian mas distintas. Todos arrojamos a nuestro
alrededor una inquieta mirada de desconfianza; nos pusimos de pie y
desnudamos nuestros aceros, determinados a vender caras las vidas;
pero no pud
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