migos de Dios.[1]
[Footnote 1: los enemigos de Dios. The Moors are meant here.]
Desde este punto la juventud del primogenito de Fortcastell solo puede
compararse a un huracan. Por donde pasaba se veia senalando su camino
un rastro de lagrimas y de sangre. Ahorcaba a sus pecheros, se batia
con sus iguales, perseguia a las doncellas, daba de palos a los
monjes, y en sus blasfemias y juramentos ni dejaba Santo en paz ni
cosa sagrada que no maldijese.
III
Un dia en que salio de caza, y que, como era su costumbre, hizo entrar
a guarecerse de la lluvia a toda su endiablada comitiva de pajes
licenciosos, arqueros desalmados y siervos envilecidos, con perros,
caballos y gerifaltes, en la iglesia de una aldea de sus dominios, un
venerable sacerdote, arrostrando su colera y sin temer los violentos
arranques de su caracter impetuoso, le conjuro en nombre del cielo y
llevando una hostia consagrada en sus manos, a que abandonase aquel
lugar y fuese a pie y con un bordon de romero a pedir al Papa la
absolucion de sus culpas.
--iDejame en paz, viejo loco! exclamo Teobaldo al oirle; dejame en
paz; o ya que no he encontrado una sola pieza durante el dia, te
suelto mis perros y te cazo como a un jabali para distraerme.
IV
Teobaldo era hombre de hacer lo que decia. El sacerdote, sin embargo,
se limito a contestarle:--Haz lo que quieras, pero ten presente que
hay un Dios que castiga y perdona, y que si muero a tus manos borrara
mis culpas del libro de su indignacion, para escribir tu nombre y
hacerte expiar tu crimen.
--iUn Dios que castiga y perdona! prorrumpio el sacrilego baron con
una carcajada. Vo no creo en Dios, y para darte una prueba voy a
cumplirte lo que te he prometido; porque aunque poco rezador, soy
amigo de no faltar a mis palabras. iRaimundo! iGerardo! iPedro! Azuzad
la jauria, dadme el venablo, tocad el _alali_ en vuestras trompas, que
vamos a darle caza a este imbecil, aunque se suba a los retablos de
sus altares.
V
Ya despues de dudar un instante y a una nueva orden de su senor,
comenzaban los pajes a desatar los lebreles, que aturdian la iglesia
con sus ladridos; ya el baron habia armado su ballesta riendo con una
lisa de Satanas, y el venerable sacerdote, murmurando una plegaria,
elevaba sus ojos al cielo y esperaba tranquilo la muerte, cuando se
oyo fuera del sagrado recinto una voceria horrible, bramidos de
trompas que hacian senales de ojeo, y gritos de _iAl jabali!--iPo
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