feudos de Bellver.
Al fin se apaciguo el tumulto, y decidiose volver a un calabozo la
maravillosa armadura.
Ya en el[1] despacharonse cuatro emisarios, que en representacion de
la atribulada villa hiciesen presente el caso al conde de Urgel y al
arzobispo, los que no tardaron muchos dias en tornar con la resolucion
de estos personajes, resolucion que, como suele decirse, era breve y
compendiosa.
[Footnote 1: Ya en el. A bold ellipsis which would be inconsistent
with common usage in English.]
--Cuelguese, les dijeron, la armadura en la plaza Mayor de la villa;
que si el diablo la ocupa, fuerza le sera el abandonarla o ahorcarse
con ella.
Encantados los habitantes de Bellver con tan ingeniosa solucion,
volvieron a reunirse en concejo, mandaron levantar una altisima horca
en la plaza, y cuando ya la multitud ocupaba sus avenidas, se
dirigieron a la carcel por la armadura, en corporacion y con toda la
solemnidad que la importancia del caso requeria.
Cuando la respetable comitiva llego al macizo arco que daba entrada al
edificio, un hombre palido y descompuesto se arrojo al suelo en
presencia de los aturdidos circunstantes, exclamando con las lagrimas
en los ojos:
--Perdon, senores, perdon!
--Perdon!; ?Para quien? dijeron algunos; ?para, el diablo, que habita
dentro de la armadura del senor del Segre?
--Para mi, prosiguio con voz tremula el infeliz, en quien todos
reconocieron al alcaide de las prisiones; para mi... porque las
armas... ban desaparecido.
Al oir estas palabras, el asombro se pinto en el rostro de cuantos se
encontraban en el portico, que, mudos e inmoviles, hubieran
permanecido en la posicion en que se encontraban, Dios sabe hasta
cuando, si la siguiente relacion del aterrado guardian no les hubiera
hecho agruparse en su alrededor para escuchar con avidez:
Perdonadme, senores, decia el pobre alcaide; y yo no os ocultare nada,
siquiera sea en contra mia.
Todos guardaron silencio, y el prosiguio asi:
--Yo no acertare nunca a dar la razon; pero es el caso que la historia
de las armas vacias me parecio siempre una fabula tejida en favor de
algun noble personaje, a quien tal vez altas razones de conveniencia
publica no permitian ni descubrir ni castigar.
En esta creencia estuve siempre, creencia en que no podia menos de
confirmarme la inmovilidad en que se encontraban desde que por segunda
vez tornaron a la carcel traidas del concejo. En vano una noche y
otra, deseando sorpren
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