aquella misma noche de Zaragoza.
Ni en la arquitectura antigua ni en la moderna se ha conocido un
monumento que justificara mejor su nombre que el parador del _Agujero_
en la calle de Fucar. Este nombre, creado por la imaginacion popular,
habia llegado a ser oficial y a verse escrito con enormes y torcidas
letras de negro humo sobre la pared blanquecina de la fachada. Un
portalon ancho, pero no muy alto, la daba entrada; y esta puerta, cuyo
dintel consistia en una inmensa viga horizontal, algo encorvada por el
peso de los pisos principales, era la entrada de un largo y obscuro
callejon que daba al destartalado patio. Este patio estaba rodeado por
pesados corredores de madera, en los cuales se veian algunas puertas
numeradas.
En lo alto residia el establecimiento patronil de _La
Riojana,_antonomasia imperecedera que se conservo por tres generaciones.
Alli se servia a los viajeros, recien descoyuntados y molidos por el
suave movimiento de las galeras, algun pedazo de atun con cebolla, algun
capon, si era Navidad o por San Isidro, callos a discrecion, lonjas
escasas de queso manchego, perdiz manida, con valdepenas y pardillo.
Esta comida frugal, servida en estrechos recintos y no muy limpios
manteles, era la primera estacion que corria el viajero para entrar
despues en el _via crucis_ de las posadas y albergues de la villa.
Dos veces al dia un ruido aspero y creciente aumentaba la normal
algarabia del barrio. Se oian las campanillas, el chasquido del latigo y
un estrepito de ruedas que de bache en bache, de guijarro en guijarro
iban saltando. La maquina llegaba frente al portal, y aqui era donde se
probaba la habilidad nautico-cocheril del mayoral: la maquina daba una
vuelta, los machos entraban en el portalon, y tras ellos el vehiculo,
siendo entonces el ruido tan formidable, que la casa parecia venirse al
suelo. El navio daba fondo en el patio, los brutos eran desenganchados,
el mayoral bajaba de lo alto de su trono, y los viajeros, que aun se
mantenian con la cabeza inclinada, y muy agachados, resabio de cuando
atravesaron el portal, notaban al fin que no tenian el techo en la
corona, se admiraban de verse con vida, y descendian tambien.
Aqui, si habia parientes esperando, empezaban los abrazos, los besos,
las felicitaciones. Era propinado con algun real mal contado el cochero,
y cada cual se iba por su camino, siendo costumbre tomar alli mismo, en
los aposentos de la Riojana, un preambulo estomacal para poder s
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