agnifico, se sostenia aun
brotando de los tubos de metal del organo, como una cascada de armonia
inagotable y sonora.
Cantos celestes como los que acarician 'los oidos en los momentos de
extasis; cantos que percibe el espiritu y no los puede repetir el
labio; notas sueltas de una melodia lejana, que suenan a intervalos,
traidas en las rafagas del viento, rumor de hojas que se besan en los
arboles con un murmullo semejante al de la lluvia, trinos de alondras
que se levantan gorjeando de entre las flores como una saeta despedida
a las nubes; estruendo sin nombre, imponente como los rugidos de una
tempestad; coro de serafines sin ritmos ni cadencia, ignota musica del
cielo que solo la imaginacion comprende; himnos alados, que parecian
remontarse al trono del Senor como una tromba de luz y de sonidos...
todo lo expresaban las cien voces del organo, con mas pujanza, con mas
misteriosa poesia, con mas fantastico color que los habian expresado
nunca .....
Cuando el organista bajo de la tribuna, la muchedumbre que se agolpo a
la escalera fue tanta, y tanto su afan por verle y admirarle, que el
asistente temiendo, no sin razon, que le ahogaran entre todos, mando a
algunos de sus ministriles para que, vara en mano, le fueran abriendo
camino hasta llegar al altar mayor, donde el prelado le esperaba.
--Ya veis, le dijo este ultimo cuando le trajeron a su presencia;
vengo desde mi palacio aqui solo por escucharos. ?Sereis tan cruel
como maese Perez, que nunca quiso excusarme el viaje, tocando la
Noche-Buena en la Misa de la catedral?
--El ano que viene, respondio el organista, prometo daros gusto, pues
por todo el oro de la tierra no volveria a tocar este organo.
--?Y por que? interrumpio el prelado.
--Porque... anadio el organista, procurando dominar la emocion que se
revelaba en la palidez de su rostro; porque es viejo y malo, y no
puede expresar todo lo que se quiere. El arzobispo se retiro, seguido
de sus familiares. Unas tras otras, las literas de los senores fueron
desfilando y perdiendose en las revueltas[1] de las calles vecinas;
los grupos del atrio se disolvieron, dispersandose los fieles en
distintas direcciones; y ya la demandadera se disponia a cerrar las
puertas de la entrada del atrio, cuando se divisaban aun dos mujeres
que, despues de persignarse y murmurar una oracion ante el retablo del
arco de San Felipe,[2] prosiguieron su camino, internandose en el
callejon de las Duenas.[3]
[Footnote 1: revue
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