e ser--dijo Martin.
--Veremos si aqui podemos resistir algo--repuso el extranjero.
--iHermoso dia!--murmuro Martin.
La verdad es que un dia tan hermoso convida a todo, hasta que le peguen
a uno un tiro.
--Por si acaso, habra que evitarlo en lo posible.
Dos o tres balas pasaron silbando y fueron a estrellarse en el suelo.
--iRendios!--dijo la voz de Belcha, por entre unos manzanos.
--Venid a cogernos--grito Martin, y vio que uno le apuntaba en el monte,
desde cerca de un arbol; el apunto a su vez, y los dos tiros sonaron
casi simultaneamente. Al poco tiempo, el hombre volvio a aparecer mas
cerca, escondido entre unos helechos, y disparo sobre Martin.
Este sintio un golpe en el muslo y comprendio que estaba herido. Se
llevo la mano al sitio de la herida y noto una cosa tibia. Era sangre.
Con la mano ensangrentada cogio el fusil y, apoyandose en las piedras,
apunto y disparo. Luego sintio que se le iban las fuerzas, al perder la
sangre, y cayo desmayado.
El extranjero aguardo un momento, pero, en aquel instante, una compania
de miqueletes avanzaba por la carretera, corriendo y haciendo disparos,
y la gente del Cura se retiraba.
CAPITULO VI
COMO CUIDO LA SENORITA DE BRIONES A MARTIN ZALACAIN
Cuando de nuevo pudo darse Martin Zalacain cuenta de que vivia, se
encontro en la cama, entre cortinas tupidas.
Hizo un esfuerzo para moverse y se sintio muy debil y con un ligero
dolor en el muslo.
Recordo vagamente lo pasado, la lucha en la carretera, y quiso saber
donde estaba.
--iEh!--grito con voz apagada.
Las cortinas se abrieron y una cara morena, de ojos negros, aparecio
entre ellas.
--Por fin. iYa se ha despertado usted!
--Si. ?Donde me han traido?
--Luego le contare a usted todo--dijo la muchacha morena.
--?Estoy prisionero?
--No, no; esta usted aqui en seguridad.
--?En que pueblo?
--En Hernani.
--Ah, vamos. ?No me podrian abrir esas cortinas?
--No, por ahora no. Dentro de un momento vendra el medico y, si le
encuentra a usted bien, abriremos las cortinas y le permitiremos hablar.
Con que ahora siga usted durmiendo.
Martin sentia la cabeza debil y no le costo mucho trabajo seguir el
consejo de la muchacha.
Al mediodia llego el medico, que reconocio a Martin la herida, le tomo
el pulso y dijo:
--Ya pueda empezar a comer.
--?Y le dejaremos hablar, doctor?--pregunto la muchacha.
--Si.
Se fue el doctor, y la muchacha de los ojos negros descorrio las
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