ea usted que todos tienen un gran respeto ni por
don Carlos ni por sus generales. ?No ha oido usted en la posada que
hablan algunas veces de don Bobo? pues se refieren al Pretendiente.
Vieron el extranjero y Martin las otras iglesias del pueblo, la Pena de
los Castillos y la parroquia de Santa Maria, y volvieron a comer.
Afortunadamente, el viejecillo antipatico no se sentaba a la mesa y en
cambio estaban un legitimista frances, el conde de Haussonville, de la
legacion extranjera, y un joven comandante carlista llamado Iceta.
El conde de Haussonville fue la alegria de la mesa. El conde, hombre de
unos cuarenta anos, alto, grueso, derecho, rubio, hablaba en un
castellano grotesco.
Lo verdaderamente gracioso de Haussonville era su apetito voraz. Todo lo
que le daban de comer no le servia mas que de aperitivo. Habia venido
desde Caspe llevando prisionero a un brigadier valenciano carlista a que
conpareciera ante el Estado Mayor de don Carlos, y contaba su expedicion
de tal manera que hacia morirse de risa a todos.
Explico su estancia en un pueblo, con el batallon metido en una iglesia,
sin poder moverse por estar los caminos intransitables por la nieve, no
comiendo mas que habichuelas y teniendo por retrete un confesionario, y
dio tales detalles, que todo el mundo reia a carcajadas.
--Un dia, sobre todo, nos trajeron sidra--dijo el frances--y entre la
sidra y las habichuelas se nos armo una, que tuvimos que hacer cola
delante del confesionario. Pocas veces se ha visto una congregacion de
fieles tan apenados para entrar en el confesionario como nosotros. Jefes
y soldados ibamos con gran dolor de corazon a cantar nuestra cancion de
las habichuelas a la pequena garita del senor cura.
Despues de maldecir de la alimentacion leguminosa y de la alimentacion
_patatosa_, hablo del resto del viaje.
Cada pueblo del transito le parecia una estacion de calvario para su
estomago hambriento; recordaba las aldeas por lo que habia comido, o
mejor dicho, por lo que habia ayunado; aqui habian dado por toda comida
un caldo de berzas, alla por cena una colacion de verduras cocidas; y
para colmo de desdichas, estaba alojado en Estella en casa de unas
viejas solteronas y por la manana le daban chocolate con agua, por la
tarde cocido, y de noche una sopa de ajo infame.
--Y siempre, siempre, poco--decia Haussonville, levantando los brazos al
cielo.
Iceta era un aventurero. Habia estado al principio en la guerra, luego
se fue a
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