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las pisadas de los caballos; los que les seguian disparaban tambien, pero la noche estaba negra y ni Martin ni los perseguidores afinaban la punteria. Bautista, agazapado en el pescante, llevaba los caballos al galope; ninguno de los animales estaba herido, la cosa iba bien. Al amanecer ceso la persecucion. Ya no se veia a nadie en la carretera. --Creo que podemos parar--grito Bautista--. ?Eh? Llevamos otra vez el tiro roto. ?Paramos? --Si, para--dijo Martin--; no se ve a nadie. Paro Bautista, y tuvieron que componer de nuevo otra correa. El demandadero rezaba y gemia en el coche; Zalacain le hizo salir de dentro a empujones. --Anda, al pescante--le dijo--. ?Es que tu no tienes sangre en las venas, sacristan de los demonios?--le pregunto. --Yo soy pacifico y no me gusta mezclarme en estas cosas ni hacer dano a nadie--contesto refunfunando. --?No seras tu una monja disfrazada? --No, soy un hombre. --?No te habras equivocado? --No, soy un hombre, un pobre hombre, si le parece a usted mejor. --Eso no impedira que te metan unas pildoras de plomo en esa grasa fria que forma tu cuerpo. --iQue horror! --Por eso debes comprender, hombre linfatico, que cuando se encuentra uno en el caso de morir o de matar, no puede uno andarse con tonterias ni con rezos. Las palabras rudas de Martin reanimaron un poco al demandadero. Al subir Bautista al pescante, le dijo Martin: --?Quieres que guie yo ahora? --No, no. Yo voy bien. Y tu, ?como tienes la herida? --No debe de ser nada. --?Vamos a verla? --Luego, luego; no hay que perder tiempo. Martin abrio la portezuela, y, al sentarse, dirigiendose a la superiora, dijo: --Respecto a usted, senora, si vuelve usted a chillar, la voy a atar a un arbol y a dejarla en la carretera. Catalina, asustadisima, lloraba. Bautista subio al pescante y el demandadero con el. Comenzo el carruaje a marchar despacio, pero, al poco tiempo, volvieron a oirse como pisadas de caballos. Ya no quedaban municiones; los caballos del coche estaban cansados. --Vamos, Bautista, un esfuerzo--grito Martin, sacando la cabeza por la ventanilla--. iAsi! Echando chispas. Bautista, excitado, gritaba y chasqueaba el latigo. El coche pasaba con la rapidez de una exhalacion, y pronto dejo de oirse detras el ruido de pisadas de caballos. Ya estaba clareando; nubarrones de plomo corrian a impulsos del viento, y en el fondo del cielo rojizo y triste del alba se adivinaba
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