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y Capistun el americano. Y las mujeres lloraban. --Tan grande como era--decian--. iPobre! iQuien habia de decir que tendriamos que asistir a su entierro, nosotros que le hemos conocido de nino! El cortejo tomo el camino de Zaro y alli tuvo fin la triste ceremonia. * * * * * Meses despues, Carlos Ohando entro en San Ignacio de Loyola; _el Cacho_ estuvo en el hospital, en donde le cortaron una pierna, y luego fue enviado a un presidio frances; y Catalina, con su hijo, marcho a Zaro a vivir al lado de la Ignacia y de Bautista. CAPITULO VI LAS TRES ROSAS DEL CEMENTERIO DE ZARO Zaro es un pueblo pequeno, muy pequeno, asentado sobre una colina. Para llegar a el se pasa por un camino, en algunas partes muy hondo, al cual los arbustos frondosos forman en verano un tunel. A la entrada de Zaro, como en otros pueblos vasco-franceses, hay una gran cruz de madera, muy alta, pintada de rojo, con diversos atributos de la pasion: un gallo, las tenazas, la lanza y los clavos. Estas cruces barbaras, con estrellas y corazones grabados en negro, dan un caracter sombrio y tragico a las aldeas vascas. En el vertice del cerro donde se asienta Zaro, en medio de una plazoleta, estrecha y larga, se yergue un inmenso nogal copudo, con el grueso tronco rodeado por un banco de piedra. Una de las caras que forman la plaza es grande, con portico espacioso, alero avanzado y varias ventanas cubiertas por persianas verdes. Sobre el escudo que se ostenta en el arco de la puerta, se ve escrita la fecha en que se edifico la casa, y unas palabras en latin indicando quien la hizo: _Bacalareus presbiterus Urbide Hoc domicilium fecit in lapide_. En un extremo de la plazoleta se levanta la iglesia, pequena, humilde, con su atrio, su campanario y su tejadillo de pizarra. Rodeandola, sobre una tapia baja, se extiende el cementerio. En Zaro hay siempre un silencio absoluto, casi unicamente interrumpido por la voz cascada del reloj de la iglesia, que da las horas de una manera melancolica, con un tanido de lloro. En el reloj de la torre de otro pueblo vasco, en Urruna, se lee escrita esta triste sentencia: _Vulnerant omnes, ultima necat_. Todas hieren, la ultima acaba. Mejor todavia la triste sentencia podria estar escrita en el reloj de la torre de Zaro. En el cementerio, alrededor de la iglesia, entre las cruces de piedra, brillan durante la primavera rosales de varios c
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