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olores, rojos, amarillos, y azucenas blancas de aspecto triste. Desde este cementerio se ve un valle extensisimo, un paisaje amable y pastoril. El grave silencio que reina en el camposanto, apenas lo turbian los debiles rumores de la vida del pueblo. De cuando en cuando, se oye el chirriar de una puerta, el tintineo del cencerro de las vacas, la voz de un chiquillo, el zumbido de los moscones... y, de cuando en cuando, se oye tambien el golpe del martillo del reloj, voz de muerte apagada, sombria, que tiene en el valle un triste eco. Tras de estas campanadas fatidicas, el silencio que viene despues parece un tierno halago. Como protesta de la eterna vida, en el mismo camposanto las malas hierbas crecen vigorosas, extienden sus vastagos robustos por el suelo y dan un olor acre en el crepusculo, tras de las horas de sol; pian los pajaros con algarabia estrepitosa y los gallos lanzan al aire su cacareo valiente, como un desafio. La vista alcanza desde alla un extenso panorama de lineas suaves, de intenso verdor, sin rocas adustas, sin matorrales sombrios, sin nada duro y salvaje. Los pueblecillos blancos duermen sobre las heredades, las carretas rechinan en los caminos, los labradores trabajan con sus bueyes en los campos, y la tierra, fertil y humeda, reposa bajo la gran sonrisa del cielo y la inmensa piedad del sol... En el cementerio de Zaro hay una tumba de piedra, y en la misma cruz escrito con letras negras dice en vasco: AQUI YACE MARTIN ZALACAIN MUERTO A LOS 24 ANOS EL 29 DE FEBRERO DE 1876 * * * * * Una tarde de verano, muchos, muchos anos despues de la guerra, se vio entrar en el mismo dia en el cementerio de Zaro a tres viejecitas vestidas de luto. Una de ellas era Linda; se acerco al sepulcro de Zalacain y dejo sobre el una rosa negra; la otra era la senorita de Briones, y puso una rosa roja. Catalina, que iba todos los dias al cementerio, vio las dos rosas en la lapida de su marido y las respeto y deposito junto a ellas una rosa blanca. Y las tres rosas duraron mucho tiempo lozanas sobre la tumba de Zalacain. CAPITULO VII EPITAFIOS He aqui el epitafio que improviso el versolari Echehun de Zugarramurdi en la tumba de Zalacain el Aventurero: Lur santu onctan dago Martin Zalacain lo Eriotzac hill zuen Bazan salvatuco Eliz aldeco itzalac Gorde d
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