lido. Me
dormi y me desperte muy tarde y me encontre con que la monja y Catalina
se habian marchado y tu no habias venido. Espere un dia, y como no
aparecia nadie, crei que os habiais marchado y me fui a Bayona y deje
las letras en casa de Levi-Alvarez. Luego tu hermana empezo a
decirme:--?Pero donde estara Martin? ?Le ha pasado algo?--Escribi a
Briones y me contesto que estabas aqui escandalizando el pueblo, y por
eso he venido.
--Si, la verdad es que yo tengo la culpa--dijo Martin--. ?Pero donde
puede estar Catalina? ?Habra seguido a la monja?
--Es lo mas probable.
Martin, al encontrarse con Bautista y hablar con el, se sintio fuera de
la influencia del hechizo de Linda y comenzo a hacer indagaciones con
una actividad extraordinaria. De las dos viajeras del hotel, una se
habia marchado por la estacion; la otra, la monja, habia partido en un
coche hacia Laguardia.
Martin y Bautista supusieron si las dos estarian refugiadas en
Laguardia. Sin duda la monja recupero su ascendiente sobre Catalina en
vista de la falta de Martin y la convencio de que volviera con ella al
convento.
Era imposible que Catalina encontrandose en otro lado no hubiese
escrito.
Se dedicaron a seguir la pista de la monja. Averiguaron en la venta de
Asa que dias antes un coche con la monja intento pasar a Laguardia, pero
al ver la carretera ocupada por el ejercito liberal sitiando la ciudad y
atacando las trincheras retrocedio. Suponian los de la venta que la
monja habria vuelto a Logrono, a no ser que intentara entrar en la
ciudad sitiada, tomando en caballeria el camino de Lanciego por Oyon y
Venaspre.
Marcharon a Oyon y luego a Yecora, pero nadie les pudo dar razon. Los
dos pueblos estaban casi abandonados.
Desde aquel camino alto se veia Laguardia rodeada de su muralla en medio
de una explanada enorme. Hacia el Norte limitaba esta explanada como una
muralla gris la cordillera de Cantabria; hacia el Sur podia extenderse
la vista hasta los montes de Pancorbo.
En este poligono amarillento de Laguardia no se destacaban ni tejados ni
campanarios, no parecia aquello un pueblo, sino mas bien una fortaleza.
En un extremo de la muralla se erguia un torreon envuelto en aquel
instante en una densa humareda.
Al salir de Yecora, un hombre famelico y destrozado les salio al
encuentro y hablo con ellos. Les conto que los carlistas iban a
abandonar Laguardia un dia u otro. Le pregunto Martin si era posible
entrar en la ciudad.
--Por la
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