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en tirador?--pregunto Zalacain al extranjero. --?Yo? Si. Bastante regular. --?Y usted, senorita? --Tambien he tirado algunas veces. Seis hombres se fueron acercando a unos cien metros de donde estaban guarecidos Martin, la senorita y el extranjero. Uno de ellos era Luschia. --A ese ciudadano le voy a dejar cojo para toda su vida--dijo el extranjero. Efectivamente, disparo y uno de los hombres cayo al suelo dando gritos. --Buena punteria--dijo Martin. --No es mala--contesto friamente el extranjero. Los otros cinco hombres recogieron al herido y lo retiraron hacia un declive. Luego, cuatro de ellos, dirigidos por Luschia, dispararon al arbol de donde habia salido el tiro. Creian, sin duda, que alli estaban refugiados Martin y Bautista y se fueron acercando al arbol. Entonces disparo Martin e hirio a uno en una mano. Quedaban solo tres habiles, y, retrocediendo y arrimandose a los arboles, siguieron haciendo disparos. --?Habra descansado algo su madre?--pregunto Martin a la senorita. --Si. --Que siga huyendo. Vaya usted tambien. --No, no. --No hay que perder tiempo--grito Martin, dando una patada en el suelo--. Ella sola o con usted. iHala! En seguida. La senorita dejo el fusil a Martin y, en union de su madre, comenzo a marchar por la carretera. El extranjero y Martin esperaron, luego fueron retrocediendo sin disparar, hasta que, al llegar a una vuelta del camino, comenzaron a correr con toda la fuerza de sus piernas. Pronto se reunieron con la senora y su hija. La carrera termino a la media hora, al oir que las balas comenzaban a silbar por encima de sus cabezas. Alli no habia arboles donde guarecerse, pero si unos montes de piedra machacada para el lecho de la carretera, y en uno de ellos se tendio Martin y en el otro el extranjero. La senora y su hija se echaron en el suelo. Al poco tiempo, aparecieron varios hombres; sin duda, ninguno queria acercarse y llevaban la idea de rodear a los fugitivos y de cogerlos entre dos fuegos. Cuatro hombres fueron a campo traviesa por entre maizales, por un lado de la carretera, mientras otros cuatro avanzaban por otro lado, entre manzanos. Si Bautista no viene pronto con gente, creo que nos vamos a ver apurados--exclamo Martin. La senora, al oirle, lanzo nuevos gemidos y comenzo a lamentarse, con grandes sollozos, de haber escapado. El extranjero saco un reloj y murmuro: --Tenia tiempo. No habra encontrado nadie. --Eso deb
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