a, que esta aqui cerca.
La joven nada dijo, pero lanzo a Martin una mirada de odio y de
desprecio.
Las dos mujeres y el extranjero comenzaron a marchar por la carretera.
--Atencion, Bautista--dijo Martin en frances--, tu al uno, yo al otro.
Cuando no nos vean.
El extranjero, extranado, en el mismo idioma pregunto:
--?Que van ustedes a hacer?
--Escaparnos. Vamos a quitar los fusiles a estos hombres. Ayudenos
usted.
Los dos hombres armados, al oir que se entendian en una lengua que ellos
no comprendian, entraron en sospechas.
--?Que hablais?--dijo uno, retrocediendo y preparando el fusil.
No tuvo tiempo de hacer nada, porque Martin le dio un garrotazo en el
hombro y le hizo tirar el fusil al suelo, Bautista y el extranjero
forcejearon con el otro y le quitaron el arma y los cartuchos. Joshe
Cracasch estaba como en babia.
Las dos mujeres, viendose libres, echaron a correr por la carretera, en
direccion a Hernani. Cracasch las siguio. Este llevaba una mala
escopeta, que podia servir en ultimo caso. El extranjero y Martin tenian
cada uno su fusil, pero no contaba mas que con pocos cartuchos. A uno le
habian podido quitar la cartuchera, al otro fue imposible. Este volaba
corriendo a dar parte a los de la partida.
El extranjero, Martin y Bautista corrieron y se reunieron con las dos
mujeres y con Joshe Cracasch.
La ventaja que tenian era grande, pero las mujeres corrian poco; en
cambio, la gente del cura en cuatro saltos se plantaria junto a ellos.
--iVamos! iAnimo!--decia Martin--. En una hora llegamos.
--No puedo--gemia la senora--. No puedo andar mas.
--iBautista!--exclamo Martin--. Corre a Hernani, busca gente y traela.
Nosotros nos defenderemos aqui un momento.
--Ire yo--dijo Joshe Cracasch.
--Bueno, entonces deja el fusil y las municiones.
Tiro el musico el fusil y la cartuchera y echo a correr, como alma que
lleva el diablo.
--No me fio de ese musico simple--murmuro Martin--. Vete tu, Bautista.
La lastima es que quede un arma inutil.
--Yo disparare--dijo la muchacha.
Se volvieron a hacer frente, porque los hombres de la partida se iban
acercando.
Silbaban las balas. Se veia una nubecilla blanca y pasaba al mismo
tiempo una bala por encima de las cabezas de los fugitivos. El
extranjero, la senorita y Martin se guarecieron cada uno detras de un
arbol y se repartieron los cartuchos. La senora vieja, sollozando, se
tiro en la hierba, por consejo de Martin.
--?Es usted bu
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