a esta parte se reconocian en esta misma America muchos
de aquellos vicios y desordenes que son capaces de acarrear la mas
grande revolucion a un estado, pues ya no se hallaba entre sus
habitadores otra union que la de los bandos y partidos. El bien publico
era sacrificado a los intereses particulares: la virtud y el respeto a
las leyes, no era mas que un nombre vano: la opresion y la inhumanidad
no inspiraban ya horror a los mas de los hombres acostumbrados a ver
triunfar el delito. Los odios, las perfidias, la usura y la
incontinencia representaban en sus correspondientes teatros la mas
tragica escena, y perdido el pudor se transgredian las leyes sagradas y
civiles con escandalo reprensible.
Tal era el infeliz estado de estas provincias en punto a disciplina, y
no mejor el que se manifestaba en orden a la seguridad y defensa de
ellas; pues no se encontraban armas, municiones ni otros pertrechos para
la guerra, carecian de oficiales y soldados que entendiesen el arte
militar: porque, aunque en las capitales de este vasto reino, como son
Lima y Buenos Aires, se hallasen buenos e inteligentes, como el fuego de
la rebelion se encendio en el centro de las mismas provincias y casi a
un mismo tiempo en todas, y la distancia de una a otra capital es mil
leguas, cuando menos, no dio lugar a otra cosa que a hacer inevitables
los estragos, pues aunque tenian nombrados regimientos de milicias, cuya
fuerza se hizo crecer en los estados remitidos a la Corte, se conocio
despues que solo existian en la imaginacion del que los formo, tal vez
con miras poco decorosas a su alto caracter, por la utilidad que
producian los derechos de patentes y otras gabelas.
Los corregidores, poseidos de una ambicion insaciable con cuantiosos e
inutiles repartos, cuyo cobro exigian por medio de las mas tiranas
egecuciones, con perjuicio de las leyes y de la justicia, se les habia
visto en algunas provincias hacer reparto de anteojos, polvos azules,
barajas, libritos para la instruccion del egercicio de infanteria, y
otros generos, que lejos de servirles de utilidad, eran gravosos y
perjudiciales. Por otra parte se veian tambien hostigados de los curas,
no menos crueles que los corregidores para la cobranza de sus
obvenciones que aumentaban a lo infinito, inventando nuevas fiestas de
santos y costosos guiones con que hacian crecer excesivamente la
ganancia temporal: pues si el indio no satisfacia los derechos que
adeudaba, se le prendia cuando asisti
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