rian dar a entender habia fenecido el reinado de
Nuestro Augusto Soberano, D. Carlos III. Estos indios habian venido con
el especioso pretexto de socorrer la villa, quienes aseguraban que para
defenderla tenian prontos 40,000 hombres: pero se conocio que todo era
invencion de la malicia, pues el tiempo que existieron se ocuparon en
pedir a los hacendados cesiones y renuncias de sus haciendas para su
comunidad, lo que egecutaron los duenos de ellas con escrituras
publicas, para evitar la muerte, queriendo primero perder sus bienes que
sus vidas. Y como hasta aqui estuviesen los indios hechos duenos de
aquella poblacion, ensoberbecidos por el dinero que les habian pagado, y
por las gratificaciones de los Rodriguez y sus parciales, contemplandose
ya superiores, negaron la obediencia, y no quisieron egecutar la orden
que se les habia dado para retirarse: antes con mayor insolencia
volvieron por la noche al saqueo, acometieron la casa y tienda de D.
Francisco Polo, que no le sirvio ser de un criollo para libertarla, y
como amaneciesen en esta operacion, fueron vistos por el dueno, quien
fue a pedir a D. Jacinto remediara aquel exceso: lo que oido por el
indio, Gobernador de Challata, D. Lope Chungara, compadecido de tantos
estragos, resolvio se juntasen los vecinos, y unidos echasen a los
indios, y con la orden que dio, de que el que se resistiese lo matasen,
habiendola egecutado en dos o tres de los mas atrevidos, se logro el
intento, saliendo los demas sin la menor resistencia.
Este fue el cruel y sangriento acontecimiento de la villa de Oruro,
donde no solo se experimentaron tiranias de parte de los indios y cholos
sublevados, sino tambien de algunos sacerdotes y prelados de las
religiones. Uno de ellos europeo, y tal vez el mas beneficiado de sus
paisanos, companero diario de sus mesas, cerro las puertas para que
ninguno pudiese acogerse a su clausura, despidiendo inhumanamente y con
la mayor violencia, a D. Francisco Duran y D. Jose Arijon, de respetable
ancianidad que lo intentaron. Pero mucho mas tirano se mostro, viendo
dentro del convento a D. Jose Isasa, que por huir de la persecucion,
habia saltado por las tapias del corral, al que tambien hizo salir en
medio del dia, exponiendole con barbaridad a que fuese recibido entre
los garrotes, lanzas y hondas de sus enemigos. No menos indigno de su
ministerio se mostro otro, que aunque permitio que sus religiosos
amparasen algunos perseguidos, se apropio una cantidad crec
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