s blancos y mestizos de aquellas provincias lo arrestesen con
traicion, en fuerza de los premios ofrecidos por su captura, eligio y
puso en egecucion el barbaro partido de inundar asesinar indistintamente
a todos los que no fuesen de su casta, sin reparar en la edad ni en el
sexo, castigando y persiguiendo tambien a los curas y sacerdotes de
aquellos territorios, que su medio-hermano Jose Gabriel habia tratado
con mucha consideracion, y con el debido respeto a su sagrado caracter.
Unianse a estas desgracias otra mayor, que era la de haberse formado por
el tiempo, o poco antes, en el pueblo de Ayoayo, provincia de Sicasica,
otro monstruoso caudillo de rebelion, mas cruel y sanguinario que todos
los de su clase. Este fue Julian Apasa, indio pobre y desconocido, que
de sacristan paso a peon de un ingenio, y despues sabiendose aprovechar
de las turbaciones suscitadas por los Tupac-Amaru, ayudado de otro,
llamado Marcelo Calle, adquirio una autoridad tan gigante, que puso a
su devocion en pocos dias las provincias de Carangas, Sicasica, Pacajes,
Yungas, Omasoyos, Larecaja, Chucuito y otras: y para que los indios de
ellas tuviesen mas respeto y veneracion a su persona, y diesen mas
ascenso a sus persuasiones, se apellido Tupac-Catari, juntando el de
Tupac de Jose Gabriel, y el apellido de Catari, propio de los tres
hermonos que fomentaron los primeros movimientos en la provincia de
Chayanta. De este horroroso caudillo tendremos repetidas ocasiones de
acordarnos cuando sea tiempo de referir los sucesos lastimosos que
origino a estos reinos. Volvamos ahora a las tropas del vireinato de
Lima, y a seguir la serie de sus operaciones.
Continuo el Comandante General, D. Jose del Valle, las marchas, como lo
habia pensado, para entrar en la jurisdiccion del vireinato de Buenos
Aires: al acercarse a la Pampa de Quesque, donde paso la noche, se
avistaron como 100 rebeldes, que tuvieron la osadia de hacer fuego a la
vanguardia del ejercito, con solos tres fusiles, acompanando esta
hostilidad de repetida y descompuesta griteria, en que decian a los
nuestros que no eran tan cobardes como los de la provincia de Tinta, que
acababan de vencer, y que luego esperimentarian que era muy diferente el
brio y la constancia de los indios del Collao. Cuando acabaron de
descubrir nuestro ejercito, se subieron a la cima de un monte muy alto,
cubierto de nieve, donde iban ritirando todo su ganado. El Comandante
General nombro a D. Antonio Ternero, Sargen
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