res y otras fieras, para que devorasen al
ejercito espanol, consiguiendo con estas barbaras fantasias, que los
idiotas de aquellos infelices y desgraciados paises les creyeran y
prestasen una ciega obediencia. Se supo tambien al mismo tiempo, por
diferentes prisioneros, que contestes hicieron uniformes relaciones al
General, que los indios de las provincias de Chucuito, Omasuyos y
Pacajes, continuaban el sitio de la villa de Puno, y que la tenian
reducida a tales terminos, que estaba muy cerca de rendirse.
Con estas noticias se dispuso, que un destacamento de 1,000 hombres de
caballeria y 2,000 indios auxiliares de Anta, al cargo del Mayor General
del ejercito, D. Francisco Cuellar, se pusiese en marcha a dobles
jornadas para la provincia de Carabaya, no solo con el objeto de
perseguir y procurar arrestar a los traidores, antes que se acogiesen a
los Andes, si no tambien para que castigase a aquellos infames
provincianos, que han sido, entre los que nos han aborrecido, los
enemigos mas tenaces del nombre espanol. Las provincias de Paruro y
Chumbivilcas, continuaban todavia en sus alborotos. A contenerlos se
destacaron D. Manuel Castilla, corregidor de la primera, y D. Francisco
Laizequilla, justicia mayor de la segunda, para que se dirigiesen sin
perdida de tiempo a pacificarlas con las tropas de ellas mismas, que
servian en el ejercito: y el Comandante General con el resto de el
determino encaminarse a Puno con la mira de libertar aquella villa de
los conflictos en que se hallaban, y adquirir seguras noticias del
estado de la ciudad de la Paz, los Charcas y demas provincias de la
Sierra, cuya suerte ignoraba enteramente, por haber los rebeldes cerrado
los pasos y tener interceptada toda comunicacion con ellas.
Habiendose puesto en marcha con este intento, campo aquella noche en
Ocalla, en cuya proximidad se hallo muerto al P. Fray Jose Acuna,
religioso del Orden de Santo Domingo, conventual del Cuzco, y encargado
de una de las haciendas que posee esta religion en aquellos territorios.
Al siguiente dia continuo el ejercito la marcha, y a la media hora se
avisto desde una llanura muy dilatada el elevado monte de Puquina
Cancari, casi todo de piedra, y tan escarpado que no tiene mas subida
que la de una senda tan angosta como dificil. Al aproximarse la
vanguardia, un soldado dragon, que se hallaba inmediato al General, le
advirtio que en una canada, situada al frente, reconocia como dos o tres
indios: pero creyendo ser
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