ian algunos vecinos de aquel valle, que
ignorando la clemencia con que se les trataba, se habian acogido a
aquellas asperezas, temerosos del castigo que merecian, mando que no los
incomodasen ni les hiciesen dano alguno, y siguio adelante hasta un
_ayllo_, que distaba un cuarto de legua: cuyos vecinos, que serian como
unos 80 de ambos sexos, salieron a recibir las tropas del Rey, y puestos
de rodillas delante del General, pidieron con muchas lagrimas les
perdonase sus delitos. Condescendio a sus ruegos, y mandandoles
presentar todos los costales de papas que tuvieren para abastecer el
ejercito, que estaba muy escaso de pan, ofreciendoles se los pagarian de
buena fe, a sus justos precios en sus propia presencia. A este tiempo,
D. Jose Maria Acuna, comandante de la columna de Cotabamba, llego a todo
galope a dar aviso al General, que se habia visto precisado a hacer alto
con la retaguardia, cerca del monte por donde acababa de pasar el resto
del ejercito, porque los indios que estaban en el, habian tenido la
osadia de hondear y precipitar galgas a la tropa, no obstante que su
numero no excedia de 100 personas de ambos sexos.
Con este aviso se destinaron 80 fusileros, para que castigasen aquel
atrevimiento, a la verdad no esperado, a vista de todo el ejercito, y
mandado suspender la marcha, retrocedio el mismo General con el
regimiento de caballeria del Cuzco, para rodear al monte por su falda, e
impedir escapase ninguno de aquellos atrevidos sediciosos. Pero ellos,
lejos de intimidarse con la inmediacion de las tropas que se dirigian al
ataque, se mantuvieron obstinados, sin pensar mas que en morir o
defender el puesto, que ocupaban con la mayor intrepidez y osadia,
favorecidos de ambas piedras muy altas, que los ponian a cubierto, sin
hacer caso de las ofertas del perdon, que les hacia un oficial de las
tropas de Cotabamba, a quien con furor respondian, que antes querian
morir que ser indultados. Enardecidas las tropas de esta barbara
resolucion, los atacaron con el mayor ardor, y ellos fueron cediendo
hasta la cresta del monte, donde considerando ya era imposible escapar
de las manos de sus contrarios, eligieron muchos el desesperado partido
de despenarse, precipitandose desde una altura de mas de 200 varas, para
hacerse pedazos antes que rendirse, y los restantes buscaron por asilo
los concavos de las penas, desde donde hacian los ultimos esfuerzos para
la defensa, sin hacer el menor aprecio de las repetidas voces que
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