o se estaba
practicando esta inicua diligencia, llego un indio que venia de la
provincia de Tinta, y dirigiendose a D. Jacinto, le dijo, era enviado
por el Inca Tupac-Amaru, y que este encargaba mirasen con mucho respeto
y veneracion a los templos y sacerdote; que no hiciesen dano alguno a
los criollos, y que solo persiguiesen y acabasen a los chapetones. Y
habiendole preguntado por las cartas, respondio que el dia antes habia
llegado su companero con un pliego para D. Jacinto: de que resultaron
repetidas aclamaciones del infame nombre del tirano, que se oia repetir
en las plazas y calles publicas por toda clase de gente; con el mayor
regocijo, corriendo todos con banderas y otras demostraciones de jubilo,
que imito D. Manuel de Herrera desde el balcon de su casa, tremolando un
panuelo blanco, y acompanando esta accion con las mismas palabras que
los demas, que eran decir: "viva Tupac-Amaru;" las que volvia a
pronunciar el pueblo, lleno de alegria. La chusma de criollos, que oia
estas noticias tan favorables a sus ideas, manifestaba el gozo que le
causaban, y algunos intentaron salir a encontrarle, porque aseguraba el
indio, que muy breve se hallaria en la ciudad de la Paz.
D. Jacinto Rodriguez, convenido con la muger del capitan de aquellas
milicias, D. Clemente Menacho, intentaron que todos los espanoles usasen
el traje de los indios. Salio de esta conformidad por las calles,
vestido de terciopelo negro con ricos sobrepuestos de oro; amenazaba a
todos serian victimas de los rebeldes, sino le imitaban, porque se
persuadirian eran europeos, a que se convinieron por librarse de la
muerte, y en un momento logro la transformacion que deseaba, adoptando
los hombres prontamente la _camiseta_ o _unco_ de los indios, y las
Senoras dejando sus cortos faldellines aseados, vistieron los burdos y
largos _acsos_ de las indias. Cuando estaban ocupados en estas y otras
providencias, llego la noticia de que se acercaban los indios
Challapatas. Salieron a recibirlos al campo como a los otros; pero solo
venian 40 de los mas principales, y a la cabeza de ellos D. Juan de Dios
Rodriguez, y luego que entraron en la plaza, se mando repicasen las
campanas, pasando despues a hospedarse en la casa del que los conducia,
donde fueron bien regalados y asistidos. Al pasar por la Calle del
Correo, quitaron las armas del Rey, que estaban fijadas sobre la puerta
de la administracion, pisandolas y ultrajandolas, con cuyas atrevidas
demostraciones que
|