cobraron nuevo esfuerzo, y olvidados del rencor contra los
europeos, por su propia conveniencia, pensaron en buscar los que habian
escapado, y estaban escondidos, para que ayudasen a la defensa, de cuya
comision se encargo D. Clemente Menacho, con toda su compania, quien
aseguro a un religioso mercedario, podia sacar libremente a algunos que
sabia tenia en su celda, porque habia indulto general para ellos. En
efecto salieron del convento D. Antonio Goiburu, y D. Manuel Puche, que
fueron recibidos con brazos y demostraciones de buena fe, y
sucesivamente se determinaron a hacer lo mismo los que quedaban,
juntandose hasta 18 que tuvieron la felicidad de salvar sus vidas del
furor de la pasada conjuracion. Unidos con los criollos, y sabiendo que
los indios que habian ocupado los cerros inmediatos a Oruro, se
mantenian en el de Chosequiri, distante dos leguas, determinaron
seguirlos y atacarlos: en cuya accion, que duro todo el dia 19,
consiguieron matar 120, y derrotarlos enteramente: sintiendo desde aquel
dia los ventajosos efectos de este triunfo, porque los indios empezaron
a implorar el perdon, y ofrecieron entregar las cabezas que los habian
conmovido, como lo egecutaron despues, conduciendo a los caudillos de
los pueblos de Sorasora, Challacocho y Popo. D. Jacinto Rodriguez y
demas gefes de la milicia, acordaron con ellos un convenio, con la
condicion de que asistiesen a la villa con los viveres necesarios a la
subsistencia de su vecindario.
No causa menos dolor el estrago que la rebelion hizo en el pueblo de San
Pedro de Buena Vista, de la provincia de Chayanta, que, aunque tuvo la
fortuna de escarmentar el atrevimiento de los indios cuando altivos y
sobervios, lo asaltaron en los meses de Noviembre y Diciembre de 1780.
Impacientes de que resistiese su furor tan pequena poblacion, mal
asistida de municiones de guerra y boca, volvieron con mayores fuerzas
por el mes de Febrero de 1781 a redoblar los ataques y los asaltos. El
cura, Dr. D. Isidoro Jose de Herrera, en quien en competencia se
admiraban con un gran juicio, una profunda sabiduria, y una acrisolada
fidelidad, exhortaba a sus feligreses a la mayor constancia, y a que no
manchasen su honor con el feo tizne de la deslealtad. Pudo este ejemplar
parroco evadir el riesgo con la fuga: pero hizo escrupulo de conciencia
desamparar aquella afligida grey, que en ocasion tan apretada necesitaba
de su auxilio, y con una lijera esperanza de que su respeto y autoridad
po
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