drian apagar aquella voraz llama, permanecio en el pueblo.
Con esta heroica resolucion enarbolo por estandarte un Santo-Cristo, y
con tan sagrada efigie exhortaba a los espanoles y reprendia a los
rebeldes: mas estos, despreciando aquellos divinos auxilios que les
franqueaba el Todo-Poderoso por mano de su ministro, repetian los golpes
con un diluvio de piedras; y aunque los nuestros por siete dias
continuos hicieron prodigios de valor y de constancia, no solo
rechazando los furiosos esfuerzos con que eran acometidos por aquella
canalla, sino hiriendo y matando a muchos, cediendo ya las fuerzas a la
obstinada porfia y numero desigual de los contrarios, y hallandose
fatigados de la hambre y de la sed, con total falta de polvora y balas,
y sin llegar el auxilio que repetidas veces habian pedido al Comandante
Militar y Audiencia de la Plata, distante solas 30 leguas, determinaron
por ultimo remedio retirarse al templo, creyendo que el respeto debido a
la casa de Dios fuese la mas inespugnable fortaleza, que les salvase las
vidas. Pero io barbaridad inaudita! no fue asi, pues con oprobio de la
misma racionalidad, y menosprecio del adorable Sacramento, de las
sagradas imagenes, y de toda la corte celestial, se convirtio el templo
en cueva de facinerosos, que con sacrilegas manos quitaron la vida al
cura y a cinco sacerdotes, pasando a cuchillo mas de 1,000 personas,
entre hombres, mugeres y criaturas, quedando el santuario convertido en
pielago de sangre inocente, y salpicados con ella los altares.
Esperimentose la misma tragedia en el pueblo de Caracoto, provincia de
Sicasica, donde la sangre de los espanoles, derramada en la iglesia,
llego a cubrir los tobillos de los sacrilegos agresores: en el de
Tapacari provincia de Cochabamba tuvieron igual suerte los que la
habitaban: llegando la crueldad de los rebeldes a tanto exceso, que
quisieron enterrar vivas a las mugeres espanolas, para lo que tenian ya
abierto un hoyo en la plaza, capaz de enterrarlas a todas. Ejercitaron
en este pueblo la crueldad hasta el estremo. Sacaron de la iglesia a un
espanol, que se habia acogido al altar mayor con seis hijos varones, le
arrastraron hasta su casa, le pusieron el cuchillo en las manos,
precisandole con crueles azotes, a que fuese verdugo de su propia
sangre, en presencia de la muger que se hallaba adelantada de su
embarazo. Resistiose el infeliz a esta barbara egecucion, asi por los
carinosos ruegos de la madre, como por los tierno
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