osidad, salian corriendo unidos con los criollos a ver los muertos,
encarnizandose de modo que descargaban nuevamente su furia contra los
cadaveres despedazados, dandoles palos, procurando todos ensangrentar
sus manos, y banarlas en aquella sangre inocente. De alli pasaron a las
casas de D. Manuel Herrera, del capitan Menacho, y de su cunado D.
Antonio Quiros, a quienes distinguian con iguales honores. El resto de
la tarde lo emplearon en examinar las casas donde presumian habia algun
caudal para saquearlas, y en reconocer los lugares mas ocultos, donde
sospechaban se hubiese escondido algun europeo, de los que se habian
libertado la noche antecedente. Continuaban entrando en tropas los
indios, que estaban convocados en las inmediaciones. Venian con banderas
blancas, y salian los criollos a recibirlos, dandoles muchos abrazos, y
les instaban para que entrasen a la iglesia matriz en busca de los
europeos fugitivos, y cuando no pudiesen haberlos a las manos, a lo
menos se hiciesen entregar las armas que habian escondido en ella.
Consiguieron esto, porque el cura, a fin de que no violasen el sagrado,
les entrego varias pistolas y sables; mas no contentos con ellas,
pedian otras con insolencia, y no teniendo el cura modo de contentarles,
determino subirse a la cima del rollo a predicar, y darse una disciplina
en publico: cuyo acto, lejos de enternecerlos, les provoco la risa, e
insolentandose mas, le despidieron algunos hondazos, con cuya eficaz
insinuacion le hicieron bajar bien a prisa. A este tiempo habia sacado
en procesion el Prior de San Agustin, acompanado de las comunidades de
San Francisco y de la Merced, la devota efigie del Santo-Cristo de
Burgos, llevandole en procesion por las calles, plazas y extramuros de
la villa, pero solo le acompanaban las viejas: y sin hacer aprecio ni
respetar tan sagrada imagen, se ocupaban los criollos, unidos con los
indios, en saquear la casa del corregidor. Y habiendole suplicada al
Padre Prior se dirigiese por la calle del Tambo de Jerusalem, por ver si
contenia a los indios que estaban derribando la puerta de la tienda de
D. Francisco Resa, lo egecuto, pero nada pudo conseguir, antes si
ocasiono que los indios empezasen a declarar su apostasia a la religion
catolica, que hasta entonces se juzgaba habian profesado: pues dijeron
en alta voz, que dicha imagen no suponia mas que cualquiera pedazo de
maguey o pasta, y que como de estos y otros enganos padecian por
los pintores.
Ya em
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