rueldades, y en quemar la casa, otros juntamente con las mugeres,
saqueaban las tiendas y viviendas altas, donde se atesoraron hasta
700,000 pesos de los mismos europeos, y otros que, persuadidos los
tendrian seguros, los depositaron en su poder, en las especies de oro,
plata sellada, barras, pinas, efectos de Castilla y de la tierra:
habiendo ya saqueado antes la tienda de un criollo, llamado Pantaleon
Martinez, con el pretexto de que era complice en el supuesto intento de
los europeos, por cuyo motivo debia perder todos sus haberes, y morir
con ellos.
A las cinco de la manana del dia 11 se veia ya el lamentable espectaculo
de muchos muertos, tendidos por las calles, desnudos y tan
despedazados, que era preciso examinarlos con gran proligidad para
conocerlos. No contentos con esta venganza, los mandaron llevar al sitio
afrentoso del rollo, y de alli los pasaron a los umbrales de la carcel,
donde los mantuvieron dos dias, siendo los mas de ellos pasto de los
perros. Se comprendieron en esta desgracia, D. Jose Endeiza, D. Juan
Blanco, D. Miguel Salinas, D. Juan Pedro Ximenez, D. Juan Vicente
Larran, D. Domingo Pavia, D. Ramon Llano, D. Jose Cayetano Casas, D.
Antonio Sanchez, D. Francisco Palazuelos, otros que no se conocieron, y
cinco negros. Siguieron los asesinos llevandose en dia claro los robos
que egecutaban, diciendo publicamente lo habian ganado en buena guerra,
y que por derecho les tocaba: y dirigiendose despues a la carcel,
abrieron las puertas, echaron fuera todos los presos, y luego salieron
diciendo en altas voces: _Viva nuestro Justicia Mayor, D. Jacinto
Rodriguez:_ caminando juntos con grande algazara y alegria, tocando
cajas y clarines, lo sacaron de su casa, le hicieron dar vuelta por la
plaza mayor, y repitiendo las aclamaciones, lo volvieron a ella, y
habiendo subido el cura vicario a los balcones de la casa capitular, a
preguntarles que era lo que solicitaban para sosegarse, respondieron
todos a una voz:--Queremos por Justicia Mayor a D. Jacinto Rodriguez, y
que el corregidor y demas chapetones salgan luego del lugar, desterrados
a vista nuestra.
A las doce del dia empezaron a entrar algunos trozos de indios, tocando
sus ruidosas cornetas, y armados de hondas y palos. Con horror de la
naturaleza se veia, que despues de rendir la obediencia a D. Jacinto,
para asegurarle con sus acostumbradas demostraciones de rendimiento, que
eran venidos a defender su vida, cuyas expresiones gratificaba con
gener
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