s camaradas, la noticia del movimiento
estrategico de una columna volante, la salida de un correo de
gabinete, o la llegada de una fuerza cualquiera a la ciudad,
convertianse en tema fecundo de conversacion y objeto de toda clase de
comentarios, hasta tanto que otro incidente venia a sustituirle,[1]
sirviendo de base a nuevas quejas, criticas y suposiciones.
[Footnote 1: sustituirle. See p. 66, note 1.]
Como era de esperar, entre los oficiales que, segun tenian de
costumbre, acudieron al dia siguiente a tomar el sol y a charlar un
rato en el Zocodover, no se hizo platillo de otra cosa que de la
llegada de los dragones, cuyo jefe dejamos en el anterior capitulo
durmiendo a pierna suelta y descansando de las fatigas de su viaje.
Cerca de una hora hacia que la conversacion giraba alrededor de este
asunto, y ya comenzaba a interpretarse de diversos modos la ausencia
del recien venido, a quien uno de los presentes, antiguo companero
suyo de colegio, habia citado para el Zocodover, cuando en una de las
boca-calles de la plaza aparecio al fin nuestro bizarro capitan
despojado de su ancho capoton de guerra, luciendo un gran casco de
metal con penacho de plumas blancas, una casaca azul turqui con
vueltas rojas y un magnifico mandoble con vaina de acero, que resonaba
arrastrandose al compas de sus marciales pasos y del golpe seco y
agudo de sus espuelas de oro.
Apenas le vio su camarada, salio a su encuentro para saludarle, y con
el se adelantaron casi todos los que a la sazon se encontraban en el
corrillo; en quienes habian despertado la curiosidad y la gana de
conocerle, los pormenores que ya habian oido referir acerca de su
caracter original y extrano.
Despues de los estrechos abrazos de costumbre y de las exclamaciones,
placemes y preguntas de rigor en estas entrevistas; despues de hablar
largo y tendido sobre las novedades que andaban por Madrid, la varia
fortuna de la guerra y los amigotes muertos o ausentes, rodando de uno
en otro asunto la conversacion, vino a parar al tema obligado, esto
es, las penalidades del servicio, la falta de distracciones de la
ciudad y el inconveniente de los alojamientos.
Al llegar a este punto, uno de los de la reunion que, por lo visto,
tenia noticia del mal talante con que el joven oficial se habia
resignado a acomodar su gente en la abandonada iglesia, le dijo con
aire de zumba:
--Y a proposito de alojamiento, ?que tal se ha pasado la noche en el
que ocupais?
--Ha habido
|