erra, tomo el farolillo de manos del guia, y se
dirigio hacia el punto que este le senalaba.
Como quiera que la iglesia del convento estaba completamente
desmantelada, los soldados que ocupaban el resto del edificio habian
creido que las puertas le eran ya poco menos que inutiles, y un
tablero hoy, otro manana, habian ido arrancandolas pedazo a pedazo
para hacer hogueras con que calentarse por las noches.
Nuestro joven oficial no tuvo, pues, que torcer Haves ni descorrer
cerrojos para penetrar en el interior del templo.
A la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perdia entre las
espesas sombras de las naves y dibujaba con gigantescas proporciones
sobre el muro la fantastica sombra del sargento aposentador que iba
precediendole, recorrio la iglesia de arriba abajo y escudrino una por
una todas sus desiertas capillas, hasta que una vez hecho cargo del
local, mando echar pie a tierra a su gente, y hombres y caballos
revueltos, fue acomodandola como mejor pudo.
Segun dejamos dicho, la iglesia estaba completamente desmantelada; en
el altar mayor pendian aun de las alias cornisas los rotos jirones del
velo con que le habian cubierto los religiosos al abandonar aquel
recinto; diseminados por las naves veianse algunos retablos adosados
al muro, sin imagenes en las hornacinas; en el coro se 'dibujaban con
un ribete de luz los extranos perfiles de la obscura silleria de
alerce; en el pavimento, destrozado en varies puntos, distinguianse
aun anchas losas sepulcrales llenas de timbres, escudos y largas
inscripciones goticas; y alla a lo lejos, en el fondo de las
silenciosas capillas y a lo largo del crucero, se destacaban
confusamente entre la obscuridad, semejantes a blancos e inmoviles
fantasmas, las estatuas de piedra que, unas tendidas, otras de hinojos
sobre el marmol de sus tumbas, parecian ser los unicos habitantes del
ruinoso edificio.
A cualquiera otro menos molido que el oficial de dragones, el cual
traia una jornada de catorce leguas en el cuerpo, o menos acostumbrado
a ver estos sacrilegios como la cosa mas natural del mundo, hubieranle
bastado dos adarmes de imaginacion para no pegar los ojos en toda la
noche en aquel obscuro e imponente recinto, donde las blasfemias de
los soldados que se quejaban en alta voz del improvisado cuartel, el
metalico golpe de sus espuelas que resonaban sobre las antes losas
sepulcrales del navimento, el ruido de los caballos que piafaban
impacientes, cabeceando y haciendo s
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