sublime, mirandola de hito en hito...; ifue
aquella la primera vez que bajo los ojos turbada delante de su nueva
familia!...
Desde aquella hora fatal, Carmen puede asomarse a las paginas de estos
cuatro anos transcurridos, mirando su vida doliente al traves de una
cortina de llanto, y puesto sobre los labios un dedito precioso en senal
elocuente de silencio, como un angel timido y resignado, herido a
traicion en las alas gloriosas....
II
Tenia cuatro hijos dona Rebeca. El mayor, Fernando, marino mercante,
navegaba en mares lejanos; era un guapo mozo, de caracter aventurero y
de gallardisima figura; su madre sentia pasion por el, una pasion
material, fundada unicamente en la belleza del muchacho. El segundo,
rudo y torpe, hacia vida montaraz y solo paraba en Rucanto el tiempo
preciso para comer y dormir; algunas veces, para pedir dinero y, con
escasa frecuencia, para mudarse de ropa. Tenia el cuerpo recio, los ojos
turnios, aspera la voz y fiero el ademan. Era mocero y borracho; se
llamaba Andres.
Le seguia en edad la joven Narcisa, una muchacha de veinticinco anos,
ojizarca y endeble, melindrosa y no mal parecida. Ella era, en ausencia
de Fernando, el mimo de la casa, el centro adonde convergian todas las
atenciones y de donde partian todos los designios. Dona Rebeca, con
hacer honor a su nombre, habia sido toda sumision y desvelo para
malcriar a su hija.
Quedaba aun otro muchacho, Julio, de veinte anos, tambien enclenque, de
cara macilenta y desapacible expresion; hurano y triste, andaba siempre
solo por los rincones de la casa o de la huerta, en misteriosos
soliloquios que a veces tomaban la forma de quejidos lamentables....
Habia comprendido Carmen cual era su destino y creia que siguiendole
cumplia la voluntad de su protector. Su inteligencia clara y su corazon
noble se sobrepusieron a la debilidad de los trece anos; dominando con
valor admirable el terror que le inspiraba dona Rebeca, la acompano
docil a Rucanto, y alli se echo sobre los hombros su nueva vida, con un
firme empeno de levantarla y llevarla gallardamente hasta el final del
camino.
Cuatro anos llevaba en la aspera ruta, y se habia hecho una mujer a
fuerza de sufrir y de llorar.
La vida de familia en Rucanto era espantosa. Carmen miraba siempre con
el mismo miedo y el mismo asombro a dona Rebeca y a sus hijos.
A veces creia que se odiaban, a veces que se querian; siempre le
parecieron un enigma viviente y tragico, una sima d
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