, graznando agresiva, cuando
abriendo la puerta del salon anunciaron:
--Dona Rebeca.
Carmen imploro.
--Viene a buscarme; ino me dejes, por Dios, no me dejes!
El de Luzmela habia doblado la cabeza sobre el hombro de la nina, y sus
brazos se iban aflojando en torno al cuerpo gracil de la criatura.
Cuando dona Rebeca entro en la sala y se acerco al grupo, viendo la cara
mortal del enfermo, increpo a la nina.
--?Le estas ahogando?
Ella apartose prontamente, diciendo:
--?Yo?
Y al soltarse de aquel brazo ardiente vio con horror como el cuerpo de
don Manuel se desplomaba sobre el respaldo de la silla.
Miraba el moribundo a Carmen con una angustia infinita. Habia adivinado
tardiamente sus terrores y sus penas. La muerte llegaba implacable, sin
darle acaso tiempo para reparar su fatal error, fruto de tantas
meditaciones, y que ya antes de consumarse causaba a Carmen una
desolacion tan profunda....
Todo lleno de espanto, el corazon de Carmencita se le subio a los labios
para gritar con afanosa ternura:
--iPadre!...
Y de nuevo trato de abrazarle la infeliz.
Dona Rebeca la separo del caballero con aspereza, diciendole:
--iQue padre ni que _ocho cuartos_!
El de Luzmela abrio entonces los ojos inmensamente, con tal expresion
desesperada y colerica, que la senora echo a correr, mientras la nina,
vacilante, caia de rodillas, suplicando:
--iDios mio, Dios mio!
A los gritos de dona Rebeca acudio alarmadisima la servidumbre, y entre
ayes y lamentaciones fue el moribundo transportado a su lecho.
En el mas ligero caballo de la casa partio a escape un hombre a buscar
al medico, y otro volo a buscar al cura.
Dona Rebeca husmeo en la capilla, procurandose auxilios piadosos para
aquel trance, y volvio al cuarto de su hermano, donde, muy diligente,
encendio la vela de la agonia.
Antes habia dicho a Carmencita que trataba de acercarse a don Manuel:
--Aqui sobran los chiquillos; vete alla fuera.
La pobre criatura, desorientada y llena de temor, volvio a la sala, y
de nuevo se hinco delante del sillon vacio.
Entretanto el de Luzmela pugnaba en vano por hablar. Su vida parecia
haberse reconcentrado en los desorbitados ojos, que miraban con
incensatez, hasta que, tras un nistagmo penoso los cerro para siempre.
Habia caido la tarde en una serenidad dulcisima; algun caliente suspiro
del abrego removia en el jardin las hojas secas, llevando hasta la
ilustre casa de la Torre y Roldan, clara y dist
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