ante angustiado del
caballero al recordar aquella su expedicion a las Americas, dueno y
senor de una criolla que le adoraba.
Ella le habia pedido, con calidas frases de terneza, un viaje a su pais,
de donde seguramente la trajo otra aventura amorosa. ?No valian sus
caprichos la pena de "botar la plata"?... Fue el viaje una pura gorja en
que a cada momento tuvo la bella indiana descubiertas por tentadora
sonrisa las perlas nitescentes de su boca. Era una delicia vivir y gozar
tanto, ?"no"?...
Ya se habia aclarado toda la cara macilenta del enfermo con esta
placentera memoria cuando Carmen grito sobresaltada desde el jardin:
--iPadrino, la _netigua_; espantala!
Y un ave de blando volar, de unas corvas y corvo pico, se sostuvo,
retadora, un instante en el vano del balcon, agitando sus plumas remeras
y graznando con lugubre tono.
Desde las luenes playas de la America virgen volvio el de Luzmela los
ojos al pajarraco agorero, y le ahuyento de un manotazo en el aire con
enojo violento; en seguida busco la mirada de la nina y encontro en ella
una singular expresion dolorosa, como solo recordaba haberla visto igual
en los ojos de otra criatura: de aquella triste pecadora que murio del
dolor de haber pecado.... ?De donde habia sacado Carmen aquel secreto
penar que se le declaraba en los ojos? Solo sabia don Manuel que desde
hacia algun tiempo el rostro de la nina estaba ensombrecido por alguna
extrana tristeza que a menudo ponia en su mirada una revelacion; y aquel
destello misterioso llenaba de pesadumbre el alma del caballero.
Hizo un esfuerzo por levantarse, y apoyado en el barandaje de hierro, le
dijo:
--?Pero te da miedo de la _netigua_?... No te asustes...; se fue ya.
Sube.... ?no quieres subir?...
Ella alzo el azahar de su mano senalando al cielo, y por toda respuesta
murmuro:
--Todavia... padrino.
El ave fatidica se cernia obstinada sobre el jardin.
Carmen corrio a la casa y subio al salon.
Ya don Manuel habia vuelto a sentarse y la esperaba.
La nina fue derecha a sus brazos con una inexplicable emocion, y su voz
llorante interrogaba:
--?No te iras, padrino? ?Nunca te iras? ?No me dejaras nunca con dona
Rebeca?
El, absorto, clamo:
--?No la quieres?
--No, no; ique miedo, que miedo tan grande!
--?Pero de quien, hija mia?
Paro un coche en la portalada, y Carmen sin soltarse del cuello del
hidalgo, gimio:
--Otra vez la _netigua_....
Volvio el ave a aletear a la par del alero
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