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lear contra la llanura. Comenzo el partido en medio de una gran expectacion; los primeros juegos fueron llevados a la carrera por _el Cacho_, que tiraba las pelotas como balas unas lineas solamente por encima de la raya, de tal modo que era imposible recogerlas. A cada jugada maestra del navarro, los senoritos y los carlistas aplaudian entusiasmados; Zalacain sonreia, y Bautista le miraba con cierto mal disimulado panico. Iban cuatro juegos por nada, y ya parecia el triunfo del navarro casi seguro cuando la suerte cambio y comenzaron a ganar Zalacain y su companero. Al principio, _el Cacho_ se defendia bien y remataba el juego con golpes furiosos, pero luego, como si hubiese perdido el tono, comenzo a hacer faltas con una frecuencia lamentable y el partido se igualo. Desde entonces se vio que _el Cacho_ e Isquina perdian el juego. Estaban desmoralizados. _El Cacho_ se tiraba contra la pelota con ira, hacia una falta y se indignaba; pegaba con la cesta en la tierra enfurecido y echaba la culpa de todo a su zaguero. Zalacain y el vasco frances, duenos de la situacion, guardaban una serenidad completa, corrian elasticamente y reian. --Ahi, Bautista--decia Zalacain--. iBien! --Corre, Martin--gritaba Bautista--. iEso es! El juego termino con el triunfo completo de Zalacain y de Urbide. --_iViva gutarrac_. (iVivan los nuestros!)--gritaron los de la _calle_ de Urbia aplaudiendo torpemente. Catalina sonrio a Martin y le felicito varias veces. --iMuy bien! iMuy bien! --Hemos hecho lo que hemos podido--contesto el sonriente. Carlos Ohando se acerco a Martin, y le dijo con mal ceno: --_El Cacho_ te juega mano a mano. --Estoy cansado--contesto Zalacain. --?No quieres jugar? --No. Juega tu si quieres. Carlos, que habia comprobado una vez mas la simpatia de su hermana por Martin, sintio avivarse su odio. Habia venido aquella vez Carlos Ohando de Onate mas sombrio, mas fanatico y mas violento que nunca. Martin sabia el odio del hermano de Catalina y, cuando lo encontraba por casualidad, huia de el, lo cual a Carlos le producia mas ira y mas furor. Martin estaba preocupado, buscando la manera de seguir los consejos de Tellagorri y de dedicarse al comercio; habia dejado su oficio de cochero y entrado con Arcale en algunos negocios de contrabando. Un dia, una vieja criada de casa de Ohando, chismosa y murmuradora, fue a buscarle y le conto que la Ignacia, su hermana, coqueteaba con Car
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