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Pronto noto Martin que, con la ausencia, el odio que le profesaba Carlos
mas habia aumentado que disminuido. Al comprobar este sentimiento de
hostilidad, dejo de presentarse en casa de Ohando.
--No vas ahora a vernos--le dijo alguna vez que le encontro en la calle,
Catalina.
--No voy, porque tu hermano me odia--contesto claramente Martin.
--No, no lo creas.
--iBah! Yo se lo que me digo.
El odio existia. Se manifesto primeramente en el juego de pelota.
Tenia Martin un rival en un chico navarro, de la Ribera del Ebro, hijo
de un carabinero.
A este rival le llamaban _el Cacho_, porque era zurdo.
Carlos de Ohando y algunos condiscipulos suyos, carlistas que se las
echaban de aristocratas, comenzaron a proteger al _Cacho_ y a excitarlo
y a lanzarlo contra Martin.
_El Cacho_ tenia un juego furioso de hombre pequeno e iracundo; el juego
de Martin, tranquilo y reposado, era del que esta seguro de si mismo.
_El Cacho_, si comenzaba a ganar, se exaltaba, llevaba el partido al
vuelo; en cambio, desanimado, no tiraba una pelota que no fuese falta.
Eran dos tipos, Zalacain y _el Cacho_, completamente distintos; el uno,
la serenidad y la inteligencia del montanes, el otro, el furor y el brio
del ribereno.
Semejante rivalidad, explotada por Ohando y los senoritos de su cuerda,
termino en un partido que propusieron los amigos del _Cacho_. El desafio
se concerto asi; _el Cacho_ e Isquina, un jugador viejo de Urbia, contra
Zalacain y el companero que este quisiera tomar. El partido seria a
cesta y a diez juegos.
Martin eligio como zaguero a un muchacho vasco frances que estaba de
oficial en la panaderia de Archipi y que se llamaba Bautista Urbide.
Bautista era delgado, pero fuerte, sereno y muy dueno de si mismo.
Se aposto mucho dinero por ambas partes. Casi todo el elemento popular y
liberal estaba por Zalacain y Urbide; los senoritos, el sacristan y la
gente carlista de los caserios por _el Cacho_.
El partido constituyo un acontecimiento en Urbia; el pueblo entero y
mucha gente de los alrededores se dirigio al juego de pelota a
presenciar el espectaculo.
La lucha principal iba a ser entre los dos delanteros, entre Zalacain y
_el Cacho. El Cacho_ ponia de su parte su nerviosidad, su furia, su
violencia en echar la pelota baja y arrinconada; Zalacain se fiaba en su
serenidad, en su buena vista y en la fuerza de su brazo, que le
permitia coger la pelota y lanzarla a lo lejos.
La montana iba a pe
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