con ojos terribles,
le dijo:
--Bueno, Cacochipi: pongase usted el chaleco y no vuelva usted a
quitarselo delante de nosotros.
Joshe se quedo frio, y no precisamente por la falta del chaleco.
--A esta gente no les hace gracia nada--murmuro.
Un dia, aparecio a dar la leccion con la cara pintada con varios lunares
y no hizo efecto; otro, ayudado por su discipulo, ato los cubiertos a la
mesa... y nada.
--?Que tal, Cracasch?--le preguntaba alguno en la calle--. ?Como va la
familia de Arizmendi?
--iAh! Es una gente que nada le gusta.--contestaba el--. Se hacen cosas
bonitas para divertirles... y nada.
El dia de Carnaval, Joshe Cracasch tuvo una idea de las suyas y fue
convencer a su discipulo para que sacara los trajes de su madre y de una
hermana. Se disfrazarian los dos y darian a la familia Arizmendi una
broma graciosisima.
--Ahora si que se van a reir--decia Cacochipi en su interior.
El chico no se anduvo en retoricas y el domingo de Carnaval tomo los
mejores trajes que encontro y fue con ellos a la confiteria. Maestro y
discipulo se pusieron las prendas femeninas, y armados de sendas
escobas, fueron a la puerta de la iglesia.
Al salir Arizmendi con su mujer y sus hijas de misa, Cacochipi y su
discipulo cayeron sobre ellos y les dieron un sin fin de apretones y de
golpes; Joshe recordo a Arizmendi que tenia dentadura postiza, a su
mujer que se ponia anadidos y a la hija mayor el novio con quien habia
renido, y despues de otra porcion de cosas igualmente oportunas se
marcharon las dos mascaras dando brincos.
Al dia siguiente, cuando se presento en casa de Arizmendi, penso
Cracasch:
--Nada, van a felicitarme por la broma de ayer.
Entro y le parecio que todo el mundo estaba serio. De pronto, se le
acerco Arizmendi y con voz mas que severa, iracunda, en un terrible _ab
irato_, le dijo:
--No vuelva usted a poner los pies en mi casa. iImbecil! Si no fuera
usted un idiota, le echaria a puntapies.
--Pero ?por que?--pregunto Jose.
--?Y lo pregunta usted todavia, majadero? Cuando no se sabe portarse
como una persona, no se debe alternar con los demas. Yo creia que era
usted un estupido, pero no tanto.
Cacochipi, por primera vez en su vida, se sintio ofendido. Se encerro en
su casa y empezo a pensar en la Celedonia, la segunda hija de Arizmendi
y en la voz suave y la _eloquendi suavitatem_ con que le saludaba por
las mananas cuando le decia:
--Buenos dias, Joshe.
Cacochipi se convencio
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