cerraba la puerta y se puso a recoger los
cuartos de los que iban pasando.
Martin presencio todas estas maniobras con una curiosidad creciente,
hubiera dado cualquier cosa por entrar, pero no tenia dinero.
Busco una rendija entre las lonas para ver algo, pero no la pudo
encontrar; se tendio en el suelo y estaba asi con la cara junto a la
tierra cuando se le acerco la chica haraposa del domador que tocaba la
campanilla a la puerta.
--Eh, tu ?que haces ahi?
--Mirar--dijo Martin.
--No se puede.
--?Y por que no se puede?
--Porque no. Si no quedate ahi, ya veras si te pesca mi amo.
--?Y quien es tu amo?
--?Quien ha de ser? El domador.
--iAh! ?Pero tu eres de aqui?
--Si
--?Y no sabes pasar?
--Si no dices a nadie nada ya te pasare.
--Yo tambien te traere cerezas.
--?De donde?
--Yo se donde las hay.
--?Como te llamas?
--Martin, ?y tu?
--Yo, Linda.
--Asi se llamaba la perra del medico--dijo poco galantemente Martin.
Linda no protesto de la comparacion; fue detras de la entrada del circo,
tiro de una lona, abrio un resquicio, y dijo a Martin:
--Anda, pasa.
Se deslizo Martin y luego ella.
--?Cuando me daras las cerezas?--pregunto la chica.
--Cuando esto se concluya ire a buscarlas.
Martin se coloco entre el publico. El espectaculo que ofrecia el domador
de fieras era realmente repulsivo.
Alrededor del circo, atados a los pies de un banco hecho con tablas,
habia diez o doce perros flacos y sarnosos. El domador hizo restallar el
latigo, y todos los perros a una comenzaron a ladrar y a aullar
furiosamente. Luego el hombre vino con un oso atado a una cadena, con la
cabeza protegida por una cubierta de cuero.
El domador obligo a ponerse de pie varias veces al oso, y a bailar con
el palo cruzado sobre los hombros y a tocar la pandereta. Luego solto un
perro que se lanzo sobre el oso, y despues de un momento de lucha se le
colgo de la piel. Tras de este solto otro perro y luego otro y otro, con
lo cual el publico se comenzo a cansar.
A Martin no le parecio bien, porque el pobre oso estaba sin defensa
alguna. Los perros se echaban con tal furia sobre el oso que para
obligarles a soltar la presa el domador o el viejo tenian que morderles
la cola. A Martin no le agrado el espectaculo y dijo en voz alta, y
algunos fueron de su opinion, que el oso atado no podia defenderse.
Despues todavia martirizaron mas a la pobre bestia. El domador era un
verdadero canalla y pegaba a
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